★★★½
Miguel, un ex presidiario de origen desconocido, llega a un pueblo valenciano buscando empleo. Como una suerte de forastero redentor, este personaje interpretado por Sergi López desatará una radical transformación en los habitantes del lugar, especialmente en María (Laia Marull) y Ángel (Andrés Gertrúdix), los dueños del molino en el que empieza a trabajar. A la manera de un western simbólico con trazas de neorrealismo, el nuevo largo de Alberto Morais (Los chicos del puerto, 2013; Las olas, 2016) se desenvuelve en una atmósfera enigmática, donde los diálogos son escasos y los personajes, como “modelos” bressonianos, parecen aspirar la esencia de su entorno sin necesidad de recurrir en momento alguno al melodrama. En las maneras ascéticas y trascendentales del director también resuenan, además de la de Robert Bresson, las poéticas de Carl Theodor Dreyer (especialmente en su manera de aproximarse a la simbología sacra) y de Pier Paolo Pasolini. Con la película Teorema, de este último, el film de Morais no solo guarda una evidente correspondencia en lo que se refiere a la arquitectura del relato: los personajes de La terra negra, como les sucedía a los del film de 1968 protagonizado por Terence Stamp, se ven abocados a una profunda descomposición espiritual tras su encuentro con lo desconocido. En los tiempos individualistas del turbocapitalismo en que nos ha tocado vivir, Morais hace hincapié en este, su quinto largo (el cuarto de ficción), en la importancia de abrazar la idea de colectivo y de permitirnos arrojar una mirada más mística, menos utilitarista, sobre el mundo. Absorbente película.
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