El director catalán compite por primera vez en un festival español con este documental en el que (casi literalmente) se tira al ruedo.
Por Nando Salvá
La nueva película de Albert Serra, Tardes de soledad, aporta varias novedades a la carrera del de Banyoles (Girona). De entrada, es la primera de su filmografía que debe considerarse oficialmente un documental, aunque a ese respecto él matiza: “Para hacerla he mantenido mi método de rodaje habitual, basado en la libertad creativa y la improvisación, y en la exploración ajena a planes preconcebidos”, nos explica.
“Y con ella, como con todas las anteriores, intento usar el poder de las imágenes para sumir al espectador en la confusión y el desconcierto”. Además, haber sido incluida en la competición oficial del Festival de San Sebastián significa que será también la primera de sus películas en estrenarse mundialmente en un certamen de su propio país; cinco de sus largometrajes previos vieron la luz en el Festival de Cannes –Honor de cavalleria (2006) fue el primero y Pacifiction (2022), que compitió por la Palma de Oro, el último hasta la fecha–, e Història de la meva mort (2013) le proporcionó el Leopardo de Oro en el Festival de Locarno. “A decir verdad, el cambio no es producto de un diseño estratégico sino la consecuencia accidental de los ritmos de trabajo”, explica el director. “Pero dado el tema que trata, me parece idóneo que la película se proyecte por primera vez en suelo español”.
Tardes de soledad, concretemos, habla de tauromaquia. Manteniendo la mirada fija en los diestros Andrés Roca Rey y Pablo Aguado, explora los estados mentales y espirituales que el torero experimenta mientras asume el riesgo de enfrentarse al toro no sólo por respeto a una tradición sino también con un fin estético.
¿Qué tipo de ideal puede conducir a un hombre a buscar ese choque temerario entre la racionalidad humana y la brutalidad del animal? “Debo reconocer que, en cierta medida, la película es una respuesta a mi dificultad para comprender por qué quienes se enfundan en un traje de luces, como quienes practican deportes extremos, tienen esa pulsión de jugarse la vida de modo innecesario”, confiesa Serra. “No me interesa su vida cotidiana, sólo me importa el contexto de la corrida, que es el espacio donde afloran el compromiso, el culto y la sombra de la muerte”.
El director explica que antes de trabajar en ella no tenía ni conocimiento ni interés en el mundo de los toros. “En el proceso me he dado cuenta, en cualquier caso, de que la cámara proporciona un acceso a él único y privilegiado. El toreo carece de toda capacidad didáctica y se resiste a descripciones objetivas, es una actividad contradictoria y enigmática que seduce por su belleza plástica y su componente ritual y que perturba por su violencia, así que creo que la mirada oblicua y poética del artista es la más adecuada para contemplarlo”.
© REPRODUCCIÓN RESERVADA