Spike Lee regresa a Cannes para estrenar Fuera de competición Highest 2 Lowest, remake de la película de Kurosawa El infierno del odio.
What a beautiful morning suena alto mientras un dron nos recorre por los barrios nuevos y ricos de Manhattan y Brooklyn para acabar ahí, en Dumbo, en un ático de lujo, en cuya terraza está David King (Denzel Washington) negociando lo que parece un acuerdo muy lucrativo. Poco después sabemos que a King le llaman “las mejores orejas para la música”. Fundador de su propio sello discográfico, descubridor de grandes talentos que está ahora fuera de moda, pero que está intentando recuperar su lugar privilegiado en el negocio comprando parte de su propia empresa para no venderla a un fondo.
Cuando consigue el sí a la compra y el dinero, su ahijado es secuestrado por error, pensando que se llevaban al hijo de King. ¿Debe pagar los 17,5 millones que le piden y con los que iba salvar su empresa por el hijo de su amigo y empleado? Hasta aquí la premisa es la misma con la que arrancaba El infierno del odio (High and Low), el filme de 1963 de Kurosawa. El dilema es el mismo cambia el lugar, el ambiente y las circunstancias.
Spike Lee se lleva a su mundo, a Nueva York y a la música y cultura negras y a hoy ese dilema. Es decir, entran en escena la integridad y la defensa los artistas y de los artistas afroamericanos, la preservación de una cultura que si alguien como es abandona, probablemente tirarán por la borda. Y también tiene relevancia en esa decisión que tome el protagonista las redes sociales, la cancelación y todo lo que hoy lleva a alguien, a alta velocidad, de lo más alto a lo más bajo. ¿Pero ocurre al revés? De lo más bajo a lo más alto, puede pasar como dice también el filme, pero en este caso sería por las razones incorrectas.
Highest 2 Lowest, así, es un filme muy actual y, sobre todo, muy Spike Lee. El ritmo de la acción y de los diálogos es puro Spike Lee, parece él hablando a través de Denzel Washington (quien, por cierto, como casi siempre clava un personaje aquí no siempre moralmente perfecto, con muchas dudas). Cuelgan de las paredes de King, ídolos de la música negra, los Knicks, los Yankees…
Es un filme de puro entretenimiento y con una declaración de valores e intenciones que queda, en ocasiones, demasiado subrayada, pero que dicha con la solemnidad de Denzel Washington (quien, por cierto, recibió una sorprea Palma de Honor antes de la proyección del filme) traspasa, convence y conmueve… incluso a pesar de la música incesante y esas cortinillas de no creer.
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