Cómo no ceder al desaliento cuando aspiras a poner en imágenes la vida de una artista y no se te concede el permiso para reproducir sus obras? Este fue el obstáculo al que se enfrentó la actriz Céline Sallette (Burdeos, 1980) en su debut como directora, Niki. En el pasado, muchos otros directores y actores, como Susan Sarandon, habían intentado sacar adelante películas biográficas sobre la fascinante Niki de Saint Phalle, una de las creadoras más iconoclastas y comprometidas políticamente de mediados del siglo XX, con un corpus artístico donde abordó el feminismo, la degradación medioambiental, la violencia y la epidemia del sida, pero la prohibición de mostrar sus pinturas y esculturas les había disuadido.
Para la realizadora novel, aquel freno se convirtió en estímulo. “La pregunta que me hice entonces fue si prefería no hacer una película sobre Niki o hacerla sin sus obras”, relata. “La respuesta fue desarrollar el proyecto desde el punto de vista del proceso. Ella misma dijo que crear la transformó. Así que eso fue lo que iba a mostrar: la obra de transformación que ella provocó en sí misma”. El germen del proyecto nació tras el visionado de una entrevista a Niki de Saint Phalle de 1965. Dos elementos llamaron su atención: constatar que se hallaba ante una artista brillante y muy adelantada a su tiempo, y reparar en que la actriz canadiense Charlotte Le Bon se le parecía sorprendentemente. Pero lo que más la fascinó fue la metamorfosis que revelaban las imágenes. La de una joven modelo, producto perfecto de una época que encorsetaba a las mujeres en roles pasivos y decorativos, en una artista furiosa, que acabaría disparando a sus lienzos con un rifle, rapándose el cabello y reclamando su voz en un mundo masculino.
Alejada de los biopics convencionales, la película no pretende abarcar toda la vida de esta pintora, escultora, performer y cineasta, ni centrarse únicamente en su obra, sino iluminar una década esencial en la que se gestó su metamorfosis en una mujer que eligió romper con todo para reconstruirse tras su paso por un hospital psiquiátrico.
Tras debutar en 2011 en Casa de la tolerancia, de Bertrand Bonello, Sallette se ha convertido en una de las actrices francesas más destacadas de la última década, pero para su puesta de largo como directora ha preferido limitarse al trabajo detrás de la cámara. “No me parecía adecuado”, confiesa. “Además, dirigir ya era mucho. Y no me gusta verme actuar. Así que fue un alivio”. Niki está finalmente protagonizada por Charlotte Le Bon.
Infierno en la Tierra
La experiencia que provocó la ruptura tanto vital como profesional de esta artista pionera fue el abuso que sufrió por parte de su padre, una herida silenciada que marcó profundamente su arte. La directora dedicó meses a profundizar en este episodio oscuro, leyendo, escuchando y estudiando relatos de incesto de Camille Kouchner, Charlotte Pudlowski, Christine Angot y Neige Sinno. “Sólo con escuchar los testimonios se te rompe el corazón. Es el infierno en la Tierra”, dice Sallette. Aquel trauma, lejos de destruir a De Saint Phalle, fue el catalizador de una revolución interior. “Lo normal, tras vivir un incesto, es quedar destruido. Y lo que ella hace es más que sobrevivir: es renacer, convertirse en una persona nueva. Eso implica que en algún momento se eligió a sí misma”, explica la directora.
La construcción visual del filme estuvo condicionada por la ausencia de la obra de la artista en pantalla. Sallette y su director de fotografía, Victor Seguin, convirtieron el uso del color en un eje narrativo. El rojo representa la rabia, el amarillo el recuerdo de la violación, y el verde al monstruo. Todo responde a claves biográficas y sensoriales extraídas de los escritos de la propia artista, como un pasaje en su autobiografía donde revela que en su salón todo era verde. “Queríamos que la película pasara casi del blanco y negro al color intenso, como si ella recuperara su poder”, explica la directora. Cuando Niki sale del hospital psiquiátrico, momento en que toma conciencia del abuso, aparece vestida con una bata blanca, “como una página en blanco”, lista para reescribirse.
A partir de ese momento, el arte se vuelve su vía de sanación y empieza a vestir su ropa de pintora, manchada. Niki se convirtió con el tiempo en una mujer que iba diseñando su propia armadura: con encajes, con plumas… Aunque la película tiene escenas duras, Sallette evitó deliberadamente caer en lo sórdido. “En parte hice este largometraje para que chicas muy jóvenes, como mi hija de 13 años, pudieran verlo”, cuenta. “Así que he evitado que fuera desagradable o desesperanzado. Incluso en las situaciones más duras hay rayos de luz. A veces el horror también va acompañado de belleza”.
El impacto del filme ya ha tenido consecuencias inesperadas para su directora. “Después del estreno, comencé a escuchar historias, como la de una madre que puso un micrófono en el peluche de su hija y grabó una prueba del abuso del que estaba siendo víctima. Aun así, fue silenciada. Y eso me obsesionó”. De ahí ha surgido su siguiente proyecto: un documental sobre progenitoras enfrentadas a un sistema que no las cree a ellas ni a sus criaturas.
“En Francia, muchas madres cuyos hijos han denunciado incesto, incluso con pruebas claras, son incriminadas, no creídas –lamenta la directora–. Se las criminaliza y se confía los hijos al padre. Hay un gran nivel de negación del incesto en Francia. No se cree a los niños, ni las pruebas. Y yo no puedo mirar hacia otro lado”.
Fotos: Getty Images
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