En 2020, cuando estalló la pandemia, Ari Aster ya sabía que su siguiente y tercera película sería Beau tiene miedo. Y, sin embargo, por el confinamiento tuvo que retrasarla como todo y se puso a escribir otra nueva. “Escribí Eddington en un estado de miedo y ansiedad, quería contar cómo se siente vivir en un mundo donde ya nadie se pone de acuerdo sobre lo que es real”, explicó el cineasta que confirmó su lugar de culto en la cinematografía mundial al estrenar esta Eddington en sección oficial a competición en el pasado Festival de Cannes. Tan urgente la sentía que “tenía un primer borrador en dos o tres semanas”. “Después, mientras montaba Beau tiene miedo, volví a reescribirla más seriamente y a pulirla”.
Eddington nació de una reflexión sobre los EE. UU. postpandémicos y la erosión de un sentido compartido de la verdad. “En los últimos 20 años hemos entrado en una era de hiperindividualismo. Lo que una vez fue el corazón de las democracias liberales –un acuerdo común sobre lo que es el mundo– ahora ha desaparecido. Y con el Covid, ese vínculo se rompió definitivamente”, dijo sobre su película más política hasta la fecha, aunque él evite posicionarse. “Quería hacer, sobre todo, una película acerca del entorno en el que estamos. No quería seguir ningún personaje o ideología, me parecía importante no limitarme de esa manera, porque no me interesa juzgar a esta gente”, razona.
Contada en tono satírico (“Creo que una película sin humor es una película desaprovechada”, asegura Aster), Eddington explora las distorsiones de la realidad causadas por el aislamiento social, la polarización política y la influencia de los algoritmos. “Si me preguntas otro día, probablemente te daría otra respuesta sobre de qué va la película, si me preguntas hoy, creo que va de la construcción de un centro de big data y va de política frente a los principios. Hay un estatismo instaurado mientras todo se mueve demasiado rápido y creo que la gente se siente sin poder y quería hacer una película sobre ese sentimiento de no poder”, explica. El protagonista, interpretado por el actor Joaquin Phoenix (a quien ofreció el guion ya mientras rodaban la anterior Beau tiene miedo), es el sheriff de Eddington, un pequeño pueblo del centro de EE. UU., “un microcosmos, una ciudad familiar”. Él es un hombre en busca de conexión y reconocimiento en un mundo fragmentado en el que Pedro Pascal quiere imponerse como político autoritario, Emma Stone es la mujer de Phoenix, arrastrada por la tendencia y los algoritmos conspiranoicos hacia una secta liderada por el gurú al que interpreta Austin Butler… Y en medio, Luke Grimes, Michael Ward y otros van cayendo de un lado y de otro de esa sociedad desorientada y cada vez más fracturada, incapaz de reconocer una verdad compartida.
“¿Qué pasa cuando estamos atascados en esta situación, en esta realidad amañada, y pierdes las dimensiones del mundo exterior y sólo ves el mundo en el que vives? Lo que pasa es que te aíslas de otra gente y dejas de confiar en ellos. Desconfías de tus vecinos y no confías en su versión del mundo. Entras en conflicto con los otros y te posee tu propia lógica… Y amplificamos los miedos y paranoias de los otros. Y esto ocurre porque está diseñado así, no por accidente”, explica Aster, que en Cannes denunció abiertamente, a colación de su filme, el momento que vive EE. UU. “Estamos viviendo un experimento que no va bien”, dijo durante el festival. “Y nadie parece dispuesto a detenerlo”.
Aunque tuvo que retrasar un año y medio el rodaje del filme por la huelga del sindicato de actores, Aster es consciente de que el momento en el que se estrena Eddington, tras la victoria de Trump, la hace incluso más relevante y actual. “La película cambia cada día para mí y estoy convencido de que impactaría de otra forma si Trump no hubiera ganado. Hay cosas en ella que son más relevantes ahora que cuando la escribí y eso ha sido una sorpresa”, confirma, hablando de esa falta de poder que siente la sociedad civil, de la desintegración de la identidad colectiva y de un creciente sentimiento de impotencia.
Aunque menciona como referentes a Pynchon, Charles Portis, Faulkner o los códigos y estereotipos del western, su deseo con Eddington era ir más lejos. “Sólo quería hacer una película que fuera muy contemporánea”, concluye. “Que estuviera poseída por el realismo moderno, que fuera tan moderna como fuera posible”.