Un grupo de jóvenes caminando por la montaña en contra del viento. Esa fue la primera imagen que le vino a la cabeza al director argentino Fernando Luis cuando empezó a pensar en la que acabaría siendo su ópera prima, Simón de la montaña, ganadora del Gran Premio de la Semana de la Crítica el año pasado en Cannes. Aunque en realidad, el origen del filme fue otro: la relación personal del director con Pehuén Pedre, un estudiante de interpretación con discapacidad al que dio clase durante un tiempo y quien un día le preguntó a él que por qué no se sacaba su certificado de discapacidad. “Me di cuenta de que no lo veía como una carga sino como una forma de empoderarse, me ayudó a prepararme. Yo nunca acabé haciendo el test, pero me pareció una buena idea para el filme”, recuerda. La película llegará a los cines desde este 12 de septiembre.
Y así comienza Simón de la montaña. Simón es un chico de 21 años que no encuentra su lugar en el mundo, cuyos sueños e inquietudes no casan con la realidad que vive en Mendoza, al borde de la cordillera de los Andes. Conoce entonces a un grupo de chicos, como él, con discapacidad y con ganas de crear su propio lugar o, al menos, no quedarse encerrados en el que la sociedad les tiene reservados. “Es una película que busca ofrecer una perspectiva sobre la capacidad humana”, explica Fernando Luis en sus notas. “Y trata de cuestionar las ideas comunes y cotidianas sobre lo que una persona puede o no puede hacer”. El director sigue con su cámara, sin juzgar ni embellecer, la realidad de estos chicos que se quieren libres. “Me emociona filmar el deseo de personas que parecen haber sido borradas del universo del placer (y de su representación en el cine)”, explica y de alguna manera habla también de sus anteriores cortos, como La siesta, estrenado a concurso en Cannes en 2019. “Me interesa mucho observar formas de afecto alternativas, aquellas que, sin conciencia ni estrategia, son conspiraciones que interceptan la moral afectiva dominante y ponen en marcha otro tipo de amor, y otro tipo de locura”, añade.
Para Simón de la montaña, Fernando Luis contó con actores profesionales, como el protagonista, Lorenzo Ferro, rostro importante de la última generación de intérpretes en Argentina desde que debutó en El ángel (Luis Ortega, 2018), junto a no profesionales e “hiperperceptivos”, como el director prefiere llamarlos en vez de discapacitados, entre los que está Pehuén Pedre. “Esta película supuso la primera oferta de trabajo para la gran mayoría del reparto”, cuenta. “Son estudiantes de teatro que elegí entre otros. Fueron contratados, ensayamos, rodamos y cobraron su sueldo. Son trabajadores profesionales”. Y con ellos ensayaron y trabajaron “sin tratarlos con delicadeza o paternalismo” viviendo la reflexión tal y como quiere trasladarla al espectador. Y remata: “Cuando las películas retratan a los personajes con discapacidad como seres de luz, dulces, bondadosos, lo único que consiguen es despojarlos de su dimensión humana, convirtiéndolos en caricaturas. Me parece necesario y valioso devolverles ese claroscuro”.