En 2019, mientras hurgaba en un viejo ordenador, Lou Ye encontró imágenes pertenecientes a un largometraje que había empezado a rodar 10 años atrás y se había visto obligado a abandonar por problemas de financiación. No tardó en decirse a sí mismo que quería retomar aquel proyecto olvidado y, en enero de 2020, tanto él como su equipo se encontraban cerca de la localidad de Wuhan finalizando su filmación. Pero entonces irrumpió el coronavirus y, ante la imposibilidad de completar la película que tenía planeada, el director chino decidió en cambio aprovechar la situación para idear una película nueva, que mezclara el pasado con el presente y la ficción con el documental para relatar la propagación de la pandemia en China y su efecto en las vidas de las personas, incluyendo en las dedicadas a hacer cine.
El resultado, Una película inacabada, en cines desde este 1 de agosto, combina aquel material audiovisual encontrado en una vieja CPU tanto con escenas rodadas ad hoc ambientadas en 2020 en Wuhan –zona cero de la pandemia– como con imágenes documentales de la vida durante el confinamiento y otras que Lou había recopilado durante los rodajes de varios de sus largometrajes previos, como Souzhou River (2000), Spring Fever (2009), Mystery (2012) y The Shadow Play (2018).
En su transcurso, observamos cómo los miembros de un equipo de filmación permanecen atrapados en un hotel mientras el virus empieza a extenderse, forzados a lidiar con estrictos protocolos de seguridad, la separación de sus seres queridos y una nueva realidad basada en rumores y restricciones, y marcada por la amenaza de la enfermedad y la muerte.
Mientras contempla a sus personajes interactuar con el mundo exterior exclusivamente a través de pantallas, Una película inacabada exhibe un lenguaje visual que no es sino pura mímesis del tipo de comunicación que la COVID-19 convirtió en hegemónico, ejemplificado por las imágenes capturadas en formato vertical y los mosaicos de pantallas generados por las videollamadas.
“Al tener que adaptarme a esa nueva manera de narrar, me sentí como si volviera a tener una cámara en mis manos por primera vez”, ha explicado Lou. “Y creo que, gracias a ese componente metatextual, la película funciona a modo de reflexión sobre lo que significa ser cineasta en un presente en el que, gracias a Zoom y las redes sociales, de repente todo el mundo se dedica a contar historias con imágenes. He querido poner a prueba el cine, comprobar si es capaz de resistir el empuje de esas nuevas formas de narrar, y me alegra haber podido confirmar que sí lo es”.