Crítica: ‘Cónclave’ (Festival de San Sebastián)

Cónclave

Ralph Fiennes, Stanley Tucci y Sergio Castellitto son los vértices de un triángulo de intrigas y escándalos, donde lo que está en juego es el pontificado.

Por Giorgio Viaro

Un thriller ambientado durante el cónclave, es decir, la elección del nuevo Papa por los cardenales en ejercicio, es sin duda una buena idea. Están las maquinaciones políticas, las alianzas electorales, todas las intrigas y escándalos que estamos acostumbrados a asociar a la política «laica», pero comprimidos en unos días e inflados por el aislamiento.

El cónclave en sí sigue una liturgia que ya es de cine: la habitación sellada del Papa saliente, las votaciones bajo la Capilla Sixtina, las fórmulas rituales en latín repetidas sin cesar, las tarjetas con los nombres escritas a mano ensartadas en un hilo rojo y, por supuesto, el humo blanco o negro al final de cada votación.

Robert Harris, el autor inglés de Pompeya, The Ghost Writer y Fatherland, se ha dado cuenta del potencial del tema y ha construido una especie de novela policíaca a su alrededor, en la que el cadáver es el del Santo Padre y en lugar del inspector de policía está el Cardenal Decano (Ralph Fiennes), es decir, el que preside el cónclave y, por tanto, tiene la responsabilidad de que todo «marche sobre ruedas», según la voluntad implícita de Dios. Lo que está en juego no es encontrar al asesino, sino averiguar ‘quién escondió qué’ para conseguir el anillo papal.

Y luego está la ciudad fuera del Vaticano, de la que llegan ecos de explosiones lejanas, explosiones cuyas razones se desconocen, porque la actualidad del cónclave está prohibida. Por supuesto, no sólo está el mecanismo de género, es decir, la investigación y el desentrañamiento: en este contexto, ponerse del mismo lado significa compartir la misma idea del mundo, es decir, de Dios y de la Iglesia, y por tanto cada discusión es un canto rodado.

Fundamentalmente, los cardenales tienen que decidir la dirección que debe tomar el gobierno eclesiástico, entre los que quieren llevar adelante las instancias progresistas del Papa saliente, abierto al diálogo con otras religiones y partidario de un papel de mayor responsabilidad para las mujeres, y la franja conservadora, belicista y racista, representada por el muy italiano cardenal Tedesco (un Castellitto alienantemente sobreactuado en medio de los muy comedidos actores anglosajones).

Al final, la solución de la trama -que obviamente no desvelamos- tiene una clara carga simbólica, mientras que a nivel literal es casi inadmisible. También sirve para marcar el tono de la película, que (casi) se desliza hacia un thriller fantástico a lo Código Da Vinci, ofreciendo una excelente interpretación (Fiennes y Stanley Tucci están estupendos), una moraleja fácil y un puñado de polémicas inofensivas. En el límite entre lo sagrado y lo profano, y básicamente para todos los gustos: le irá bien en cines y también en streaming.

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