Historia, aventuras y audacia narrativa. El cautivo, de Alejandro Amenábar, nos sumerge en la etapa de Cervantes como prisionero en Argel, una de las menos conocidas pero la más trepidante, una mirada a los años en los que se construyó la personalidad del narrador escribiría la obra más importante del mundo. La película plantea de manera convincente una teoría, no probada, pero más que probable mencionada en varios escritos: que el escritor pudo haber mantenido un romance con su captor, lo que explicaría que consiguiera salir vivo de su cautiverio tras cuatro intentos de fuga fallidos.
Aunque esta trama podría parecer jugosa y ya antes del estreno parece haber captado la atención de muchos, el gran acierto de El Cautivo es sin duda la recreación del Argel del siglo XVI. Un espacio vivo, una explosión de libertad donde las normas sociales se ponen a prueba y que en convivencia con la recta doctrina cristiana del momento nos pone frente a una verdad que levantará ampollas: el relativismo moral. Además, la asfixiante sensación de confinamiento del cautiverio juega al contraste con la vibrante vida de la ciudad durante las salidas de Cervantes para exprimir el onverosimil el mundo que le rodea y volver para contarlo.
La exploración de la sexualidad de Cervantes no es sutil, pero tampoco sentencia. La película muestra esta posible relación ya planteada otras veces a lo largo de la historia, porque, de hecho, hubiera sido difícil completar este relato sin revelarla. En esas circustancias, Julio Peña nos regala porfin la imagen de un Cervantes joven, hasta ahora difícil de imaginar, y, sobre todo, un Cervantes humano y rebosante de curiosidad. En plena juventud se enfrenta al trauma de la muerte y al descubrimiento de su pasión por la narración de historias.
El cautivo entre la historia probada, las teorías razonables y la imaginación, para trazar una etapa de la juventud de Cervantes que marcaría definitivamente la obra que hoy conocemos.