★★★
Protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart y Úrsula Corberó, El jockey, la nueva película de Luis Ortega, levanta pasiones… o todo lo contrario.
Remo Manfredini es un famoso jockey, pero no vive su mejor momento. Le debe mucho dinero a su jefe y mafioso. Sus adicciones le están consumiendo y parecen nublarle los sentidos. Poro todo eso, sufre un accidente y en su confusión, huye del hospital y comienza un viaje identitario que le llevará a estar locamente más cerca de su verdadero yo que nunca. Por ahí anda, además, su novia Abril, que parece apoyarle en cualquier decisión que tome.
En ese universo del absurdo, de la locura, de la incoherencia se mueven estos personajes que podrían haber saltado de alguna película de Kaurismaki, por su aparente frialdad, desconexión y, claro, por el trabajo del director de fotografía habitual del cineasta finlandés, Timo Salminen. Hay una voluntad clara de no explicar ni de esperar que todo se entienda. Y ahí reside parte de su encanto camp, ahí puede conectar o desconectar del todo con el espectador.
La escena del baile entre los dos protagonistas (Nahuel Pérez Biscayart y Úrsula Corberó brillan en ese tono tan extraño) es definitiva en ese sentido. Es magnética, atractiva, pero también puede ser insoportable. Estira tanto esa cuerda Luis Ortega, el director argentino (que sigue marcando diferencias ya desde su s anteriores éxitos, El ángel o Historia de un clan), que en ocasiones la rompe.
Una modernidad (no tan moderna) que se ríe un poco de sí misma y ahí es donde vuelve a ganarse (mi) atención. Y, al final, la realidad es que, según pasa el tiempo, es una de esas películas muy difíciles de olvidar.
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