Crítica ‘Emilia Pérez’

Emilia Pérez

Por Giorgio Viaro

★★★★/★★★★★

Jacques Audiard hace un cine musculoso que difícilmente decepcionará a los cinéfilos; es un director a la manera de Coppola (ya que hablamos de él estos días) o de Skolimowski o de Chazelle: tiene una «confianza en las imágenes» que no es una simple búsqueda del espectáculo, no es la puesta en escena de un show, sino la convicción de que si se empuja la composición de la imagen, si se lanza a un abrazo sensorial, si se es generoso, la naturaleza de la historia saldrá beneficiada. A ello se añade la pasión por el melodrama, por el thriller, el placer de revestir con el género historias que tienen una fuerte huella social.

Todos estos elementos confluyen de forma convincente en Emilia Pérez, la primera incursión de Audiard en los musicales. Basada en un libreto de ópera que nunca llegó a representarse, cuenta la historia de Manitas (la estrella española del transgénero Karla Sofía Gascón), un feroz narcotraficante que quiere convertirse en mujer. Para ello, pide ayuda a Rita (Zoe Saldana), una abogada de Ciudad de México frustrada por los casos que se ve obligada a seguir (en el arranque de la película la vemos exonerando a un hombre que asesinó a su esposa) y la falta de perspectivas para su carrera.

Lo que Manitas quiere es discreción y organización: operar y empezar una nueva vida dejando que todo el mundo, incluida su mujer (Selena Gómez) y sus hijos, crea que fue asesinado en una emboscada. Rita encuentra un cirujano dispuesto a encargarse de ello en Tel Aviv y traslada a la familia de Manitas a Suiza. Pero llega un momento en que el jefe, que ahora es una mujer y responde al nombre de Emilia Pérez, echa de menos a los niños, desencadenando una reacción en cadena que será difícil de controlar.

Emilia Pérez es un musical, pero no a la manera de Evita: la música desempeña un papel intermitente, a veces son melodías insípidas injertadas en la palabra hablada, y cuando estalla en coreografía, no dura mucho. Dada la naturaleza del cine de Audiard, se comprende que este tipo de lenguaje le convenga, y de hecho la naturalidad con la que pasa del thriller al melodrama y a la canción es impresionante. En Cannes, abundaron las comparaciones con Almodóvar, evidentemente por afinidades temáticas, con la diferencia de que Almodóvar suele trabajar el suspense sentimental, mientras que Audiard sabe perfectamente rodar un thriller, y está claro que se divierte cuando arrastra ahí el romance (basta pensar en la secuencia del niño que entrega un «paquete» a Rita).

La película es colorista, arrolladora, generosa, y tiene un final clásico de película de gangsters. Gascón le da alma, Saldana le da una consistencia divina, robustez, y se nota que todos están convencidos y entusiasmados con el proyecto. El resultado es una obra de calidad, de puro disfrute cinéfilo, que, como suele ocurrir con Audiard, no tiene ningún as en la manga: se agota con los créditos finales, no esconde un mundo detrás, no tiene nada que desvelar.

 

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