★★★
¿Es posible rechazar a un hijo? ¿Es posible perdonarlo si ha hecho algo horrible? Son las preguntas que sobrevuelan desde el claustrofóbico inicio, La llegada del hijo, segundo largometraje de la interesante dupla argentina formada por Cecilia Atán y Valeria Pivato (La novia del desierto).
Estrenada en el pasado Festival de San Sebastián, este drama explora el amor y relación materno filial a partir del momento en el que el hijo regresa al hogar después de haber pasado un tiempo en un centro de jóvenes y prisión por cometer un crimen que iremos descubriendo poco a poco en dolorosos flashbacks. La madre (una increíble Maricel Álvarez, a quien habíamos descubierto en pantalla en Biutiful, pero que tiene una impresionante carrera en teatro y como artista) lo recibe casi asustada, cierra la puerta de su cuarto, la tensión entre ellos es absolutamente palpable. Porque él, a ratos, parece casi sentirse a gusto creándola.
Con el impacto de Adolescencia aún en nuestras pantallas y conciencias, La llegada del hijo ahonda aún más en esa masculinidad tóxica que parece estar invadiendo las cabezas de generaciones jóvenes, que se sienten ultrajados y traicionados por las mujeres que los rodean si ellas no están sólo dedicadas a ellos en cuerpo y alma. Eso le exigía este hijo a su madre soltera y a su profesora de natación (interpretada por Greta Fernández), sólo en su abuela en un rol femenino aparentemente más tradicional parece corresponder.
Desde su película, las directoras quieren reflexionar sobre el concepto tradicional de la maternidad, sobre ese amor incondicional que lo puede perdonar todo y superar todo, que le debe todo a sus hijos porque sólo siendo madre se siente ella completa, realizada, como si no necesitara nada más del mundo exterior ni de ella misma. Arroja preguntas sobre si superar esa imposición social es posible, sobre si es posible perdonar, sobre si alguna vez superaremos la culpa y la pena por haber traído a este mundo y haber criado a un hombre capaz de hacer algo tan terrible. Cuestiones complejísimas y delicadas que tratan desde la angustia inevitable de la naturaleza del debate planteado. Una angustia plástica y estética también en un filme gris, lluvioso y de espacios pequeños en los que las voces van subiendo según crece la ira y desesperación.
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