Crítica ‘La trama fenicia’: Un Wes Anderson mejor que el anterior

La trama fenicia

Wes Anderson es Wes Anderson, para bien y para mal. La trama fenicia, al menos, es un mejor Wes Anderson que en sus dos anteriores largometrajes.

★★★

La alta productividad creativa, probablemente beneficiosa para muchos otros, juega en contra del universo de Wes Anderson que se nos está agotando demasiado rápido. En los últimos cinco años el brillante director de Texas ha estrenado tres largometrajes, un mediometraje y tres cortometrajes (sin contar los que hace para marcas o videoclips). Esto es casi doblar el ritmo que llevaba en las dos anteriores décadas y eso, de alguna forma, se tiene que sentir, aunque quizá el problema sea nuestro, de nuestros ojos y sensibilidad que, aunque siendo absolutamente admiradores de su simetría, colorismo y tempos hasta ahora, no podemos absorber lo mismo tantas veces y tan rápido. Y, aun así, y a pesar de todo, La trama fenicia es la mejor de las últimas películas de Anderson.

En primer lugar, en La trama fenicia, estrenada en Cannes, pone al frente a un magnético Benicio del Toro haciendo de un calculador empresario. De un hombre del sistema, víctima y verdugo de él, que, tras su sexto intento de asesinato, decide formar a su sucesora (el descubrimiento de Mia Threapleton, hija de Kate Winslet, es de lo mejor que tiene la película) y saldar sus deudas. Es decir, dejar todo bien atado, en principio para su propio beneficio, pero, en el camino, irá repartiendo ese beneficio, demostrando una conciencia política, social y familiar que Anderson (y Roman Coppola, con quien vuelve a firmar el filme) reivindica desde la aventura y su particular sentido del humor.

Por la actualidad de su tema y crítica, gana puntos La trama fenicia y quizá, precisamente por esa cercanía a hoy, Wes Anderson se haya también acercado más a sus personajes y pone el foco también en la familia, en esa relación entre padre e hija y ese padre intentando redimir su abandono capitalista del pasado. Hay, por eso, más emoción que en las dos últimas, La crónica francesa y Asteroid City, donde claramente lo formal se imponía a lo demás.

Con más emoción, más contenido y más humor, Anderson nos lleva por una aventura que vuelve a estructurar por capítulos, llenar de cameos y amigos y a contar en una preciosista puesta en escena en la que esta vez dominan los tonos verdes, azulados y amarillos. Una estética cincuentera particular y autorreferenciada con la que pasar un buen rato y esperar que nuestro querido Wes deje su ingeniosa mente reposar.

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