En sus propias palabras, al grano y sin preguntas, nos explica Daniel Auteuil su última película, Presunción de inocencia, una miríada de dilemas a los que se enfrenta el defensor de un acusado de asesinato.
Seis años después
“Tras dirigir Enamorado de mi mujer (2018), no tenía intención de volver a ponerme tras la cámara a menos que me invadiera la necesidad irreprimible de hacerlo. Y eso fue lo que pasó cuando mi hija Nelly me habló del blog que un abogadoya fallecido, Jean-Yves Moyart, había publicado en su día con el seudónimo Maître Mô. Me impresionó la fuerza de las historias judiciales que contaba, pero también su manera de transmitir la belleza de su oficio, ese idealismo irrefrenable que todo letrado debe poseer para defender al acusado. Me centré en uno de sus relatos, sobre un padre acusado del asesinato de su mujer. A modo de preparación, durante tres días asistí a un juicio real, en el que un individuo era juzgado por haber violado durante tres años a su hijastra, que tan solo era una niña. Fue una experiencia horripilante […]. Mi investigación me permitió descubrir cómo el abogado explora, cómo tantea y cómo duda para convencerse a sí mismo y luego convencer a los jurados”.
Punto de ebullición
“Desde el principio, les dije a mis actores que quería convertir el escenario donde transcurre casi toda la película, la sala de audiencias, en una olla a presión. Era importante compartir con el espectador la tensión, la dureza de los intercambios verbales y el peso de las miradas y los silencios, y transmitirle duda e incertidumbre. La película juega con él, le proporciona pistas que dirigen sus hipótesis en una dirección y luego le presenta otras que le obligan a desviarse, para que sienta lo que el abogado protagonista y los miembros del jurado están viviendo, y entienda que las cosas no siempre son lo que parecen”.
Parecidos razonables
“La verdad es una noción muy relativa, muy esquiva, y eso en buena medida explica por quéel proceso judicial es tan inquietante y fascinante. Las pruebas rara vez son claras, los motivos pueden ser confusos, los testimonios no siempre son fiables y el veredicto a menudo se decide por un margen estrecho, y eso significa que el destino del acusado pende de un hilo. Por eso, el trabajo del abogado está envuelto de incertidumbre, y ese no es el único aspecto en el que se parece al de un actor. En ambos casos, además, cada nuevo reto conlleva miedos y ansiedades que los años de experiencia no logran mitigar lo más mínimo, en los dos se requiere una capacidad de persuasión extraordinaria, basada tanto en la técnica como en el carisma. Obviamente, un actor no se juega lo mismo que un letrado cuando entra en escena. Para el primero, el mayor riesgo es hacer el ridículo y tener que repetir la toma. Un abogado, en cambio, a veces tiene en sus manos la vida de su cliente, y cualquier error que cometa puede ser fatal”.
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