Pascal Bonitzer, director de ‘El cuadro robado’: “Un subastador es como un cirujano estético”

Pascal Bonitzer, director de ‘El cuadro robado’: “Un subastador es como un cirujano estético”

El cuadro robado

Pascal Bonitzer cuenta la historia de la reaparición del lienzo perdido de Egon Schiele en El cuadro robado, el interesado mundo de las subastas y el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial.

El director francés Pascal Bonitzer publicó en 1985 un ensayo titulado Desencuadres: pintura y cine, donde recopilaba una colección de artículos sobre las afinidades y las influencias de las bellas artes en el audiovisual. Al realizador siempre le ha interesado la pintura. De hecho, cuando era joven y todavía no había elegido su camino, no sabía si decantarse por los pinceles o por la cámara. De ahí que cuando un productor le hizo el encargo de realizar una película sobre el mundo de las casas de subastas, en lugar de optar, por ejemplo, por la venta de joyas o de antigüedades, se decantara por las especializadas en arte.

De entre la veintena de entrevistas a especialistas del sector llevadas a cabo por su guionista de cabecera y esposa, Iliana Lolic, hubo una que le atrapó: era la historia real, relatada por un antiguo responsable de arte moderno en Christie’s, sobre el descubrimiento de un cuadro de Egon Schiele en los suburbios de Mulhouse, en la casa de un joven obrero, a principios de los años 2000.

“Me pareció muy interesante por varias razones: porque iluminaba el tema de los bienes judíos expoliados por los nazis, así que había una conexión con la Segunda Guerra Mundial y la ocupación en Francia, y también por la confrontación, muy inusual, entre el mundo del dinero –que es brutal y esnob a la vez– y el mundo del joven obrero, que poseía aquel lienzo con total inocencia”, detallaba el cineasta en los pasados encuentros de Unifrance acerca de su nuevo largometraje, El cuadro robado.

En diciembre del año 2006, dos expertos de la casa de subastas londinense recibieron el encargo de realizar una tasación rutinaria en una casa en Francia. Acudieron escépticos. Les habían enviado la fotografía de una pintura y concluyeron que se trataba de una copia de Los girasoles marchitos (Otoño Verano II), una obra de Schiele incautada por los nazis, que llevaba extraviada 68 años. La pieza formaba parte de una serie que el artista austríaco pintó en el pueblo de su madre, Krumau, en 1914.

El cuadro robado

Su propietario había sido un comerciante de textiles y coleccionista de arte judío, Karl Grünwald, quien había servido en el Ejército durante la Primera Guerra Mundial junto al pintor. Cuando el empresario, propietario de una de los mayores compendios de pintura impresionista, huyó con su familia a Francia, fue interceptado en Estrasburgo por los alemanes, que le confiscaron su preciado surtido. Una vez fallecidos su mujer y su hijo en un campo de concentración, Grünwald dedicó el resto de su vida a buscar aquellos lienzos. El último por aparecer fue el que ambos tasadores hallaron en un humilde hogar.

Un cortejo constante

Como se bromea en la película, el trabajo de estos profesionales es parecido al de Indiana Jones en los momentos más sublimes, que son cuando se descubre una obra maestra, y al de una trabajadora sexual, la mayor parte del tiempo. “Conocí a un gran subastador, muy famoso en Francia por haber organizado la puja de la colección de Yves Saint Laurent en el Grand Palais. Me contó que cuando decidió seguir esa carrera, su padre le dijo: ‘¿Te das cuenta de que vas a tener que estar cortejando a la gente toda tu vida?”, explicaba Bonitzer, que a estos dos aspectos del oficio añade uno más, el de inspirar confianza. “Un subastador es como un cirujano estético: se supone que tiene una verdadera pericia en su trabajo. No son estafadores, son personas con un saber real, que conocen el valor de las obras, saben estimarlas y ponerlas en valor”.

La película está protagonizada por un subastador que ve en el descubrimiento del cuadro el pináculo de su carrera, pero varias intrigas ponen en peligro su seguridad y su reputación. Para afrontar el desafío contará con el apoyo de una colega que también es su ex mujer, y su becaria, una mentirosa compulsiva.

La película está estructurada como un thriller. Existe un suspense constante. Su autor podía haberse decantado por el género del drama romántico, pero tanto a sus protagonistas, Alex Lutz, Léa Drucker y Nora Hamzawi, cómo a él mismo les pareció más interesante que no hubiera una historia de amor. “De hecho, Rohmer, que es uno de mis cineastas favoritos, en La rodilla de Claire, hace que un personaje, el de la novelista, diga precisamente eso –recuerda Bonitzer–, que es más interesante cuando los personajes no se acuestan”.

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