Tiene 35 años y dos décadas de carrera a sus espaldas, y es indiscutible que Sorda supone un punto de inflexión que debería impulsarle a nuevos desafíos. Ahora estrena Esmorza amb mi (Desayuna conmigo) y Ramón y Ramón, redondeando un momento profesional extraordinario.
Hace apenas un mes, en estas mismas páginas, dedicábamos una extensa entrevista a Ángela Cervantes, y la comenzábamos valorando la excepcionalidad de lo vivido en el último Festival de Málaga. “Es de estas cosas que pasan una vez en la vida… si es que pasan”, valora ahora su hermano Álvaro, protagonista de estas líneas. “Fue una experiencia muy especial, muy fuerte. Si ya es difícil acompañar a una película en un festival de cine, imagínate ir con dos. Además, coincidir con Ángela, que también presentaba otros dos filmes. Era algo muy extraordinario. Y lo que ocurrió después, con el tema de los premios, fue la guinda. Una guinda total”, nos dice, recordando los mágicos ex aequo en la categoría interpretativa del palmarés: Álvaro lo ganaba por Sorda, y lo compartía con Mario Casas (“Después de tantos años de seguirnos en el camino y de haber coincidido mucho”, nos cuenta), mientras Ángela se lo llevaba por La furia, junto a Miriam Garlo, la imprescindible cómplice de nuestro hombre en Sorda.
Álvaro Cervantes (Barcelona, 1989) lleva 20 años trabajando en esto. Una carrera de fondo sostenida, como la del maratoniano que resiste altibajos, pero sabe regularse, atacar cuando toca, resistir cuando es necesario, para acabar llegando a una meta que siempre tuvo en la cabeza. Desde aquella línea de salida que fue la serie Abuela de verano (2005), cuando era un adolescente que tenía, en palabras de su hermana, “súper clara su vocación”, y hasta llegar a la meta que ha significado Sorda. Un punto de inflexión que no es más que el principio de lo que está por venir, porque da la sensación de que ahora empieza una nueva carrera para este atleta de la interpretación, que este mes estrena dos nuevos títulos: Esmorza amb mi (Desayuna conmigo) (estreno en cines 13 de junio) y Ramón y Ramón (27 de junio).
Han pasado un par de meses del estreno de Sorda, supongo que lo has digerido. ¿Es el tipo de personaje y proyecto que, cuando empiezas a dedicarte a esto, esperas que te pase algún día?
Sí, realmente Sorda me ha traído mucho aprendizaje y es un proyecto bastante único. O muy único. Al leer el primer tratamiento de guion para hacer el casting, ya pensé que algo así no lo había visto nunca. Ya intuías lo personal que iba a ser y ya emocionaba desde el minuto cero. Era una historia nacida desde un lugar tan íntimo y profundo, desde el amor y la dedicación, que impregnaba el ADN del proyecto… Y después es verdad que nunca había tenido tanto tiempo, un año entero, para preparar un trabajo.
Me dieron todas las facilidades, me sentí muy apoyado y acompañado. Y eso también es un sueño.
¿Uno se dedica a esto para hacer películas como Sorda? ¿Le da un sentido a tu oficio?
Sí, claro. Para mí, el sentido de este trabajo es hacer imaginar. Y para hacer imaginar, primero debes imaginar tú. Y para imaginar tú, de alguna manera debes vivir la experiencia, si es que no la llevas de serie. Como dice mi maestro Fernando Piernas, “la vida vivida, o vista vivir de forma directa”.
Entonces, en ese sentido, yo estaba lejos de la realidad de la sordera. Evidentemente, hay otros elementos de la experiencia vital del personaje que tampoco conozco, porque yo no soy padre, por ejemplo. Pero sí soy hijo, y tengo amigos cercanos que sí han tenido bebés recientemente. O…yo soy muy urbanita y he tenido que ponerme en contacto con la tierra.
Quiero decir que hay muchas capas, y la peli me ha permitido generar muchas experiencias para imaginar cómo era este personaje. Desde un lugar muy cotidiano, porque, al final, lo que estamos contando es la historia de una pareja muy enamorada a la que le va a cambiar la vida. De alguna forma, creo que lo soñado en relación a la interpretación pide un trabajo, una alquimia que tiene que ver, básicamente, con poder imaginar.
Llevas trabajando 20 años. ¿Cómo recuerdas a aquel Álvaro quinceañero, cuando interpretabas a uno de los nietos de Rosa Maria Sardà en la serie Abuela de verano (2005)?
Pues la verdad es que no tengo la percepción de que a los 15 años fuera tan distinto a ahora. Que es algo que no sé cómo tomarme, también te lo digo [ríe]. Hay algo en relación con los vínculos y el trabajo, y en la ilusión, y en la responsabilidad, que sigue bastante intacto. Porque yo ya era un chaval muy responsable, y me hacía cargo de lo que significaba el trabajo.
Y era muy curioso. Evidentemente, seguro que era mucho más inocente, y también más inconsciente, porque hay cosas que quizás ahora no me atrevería a hacer con el mismo arrojo.
Había una pasión que puede que ahora sea capaz de medir un poco más. Pero no he cambiado tanto. Igual en aquel momento ya era un poco viejoven, y quizás ahora estoy estirando el tiempo antes de madurar [ríe].
Estrenas Esmorza amb mi (Desayuna conmigo), que, de entrada, significa reencontrarte con alguien muy importante en tus inicios…
Sí, conozco a Iván Morales desde que yo tenía 17 años y rodamos Dibujo de David (2007), un corto que también me permitió conocer a amigos como Marcel Borràs, Nausicaa Bonnin o Nao Albet. Ha pasado media vida, y desde entonces Iván es amigo y referente, y ha sido mentor, me ha enseñado mucho cine. Y siempre hemos soñado con hacer cine juntos. De hecho, intentamos levantar proyectos que no salieron hasta que ha llegado Esmorza amb mi. Cuando me propuso hacerla, yo ya conocía la obra de teatro que Iván escribió y que ahora adapta, y me gustó muchísimo. Dije que sí, casi sin leer el guion, porque sé cómo trabaja y conozco su universo, y formar parte de él me parecía un regalo. Y, además, tenía la oportunidad de hacer un tipo de personaje que hasta ahora no me habían ofrecido, y para el que quizás no era la elección obvia.
Esta historia marcada por el desamor es, de algún modo, un retrato generacional que puede conectar con treintañeros o cuarentones. Incluso gente de 50, porque a mí me tocó mucho…
Me haces pensar que mis padres, que tienen 65 años, vieron la película, y yo dudaba de cómo les podía entrar. Creía que conectaría con gente más cercana a mi edad. Pero les gustó mucho, porque al final hablamos de sentimientos.
Puede que tenga un punto generacional, pero no se queda en ese nicho, es más abierta de lo que puede parecer. Supongo que hay una manera de vivir que tu generación y la mía comparten.
Y seguramente la generación de mis padres está más sincronizada con lo de la vida que tocaba: estudios, trabajo, planes de familia, etc. A partir de unadeterminada generación, la sincronía personas es más difícil, todo es mucho más líquido, las relaciones se complican. Hay más individualismo, más miedo, más precariedad, y todo eso afecta a los vínculos y a la construcción de un plan común. Entonces, por supuesto, hay más movimiento y hay más desamor. Seguramente tu generación y la mía hemos vivido más desamores que las anteriores, ha habido mayor movimiento emocional y, a veces, puedes sentirte más perdido.
Tu personaje en Esmorza amb mi se dedica a la música, y por algún motivo ha prostituido su arte para ganar dinero haciendo jingles. Pensaba en la relación que puede tener con un actor que puede apostar por proyectos puramente alimenticios… Estrategia de carrera.
Yo nunca he seguido una estrategia como tal. Mi mantra ha sido siempre hacer cosas que me apeteciera hacer, que me gustaran. Y he tenido la fortuna, y estoy muy agradecido, de que he podido esperar a que llegaran, y han llegado. Y hablo desde que empecé, todo lo que he hecho me ha gustado mucho hacerlo. Por el guion, por el equipo, por la experiencia… Siempre he creído en lo que hacía. Y es una suerte. En otras circunstancias, con otras necesidades, en otro momento vital, quizás no hubiera tenido esa suerte, y me hubiera tocado hacer otras cosas. También te digo que estaría agradecido sólo por tener trabajo, que ya es mucho en esta industria, con el paro que hay. Pero no he seguido estrategias, y sí mi intuición.
Si se puede, más vale estar convencido de lo que haces, porque una película se queda para siempre.
Sí, y es algo que no me había planteado: la inmortalidad de lo que haces, dándole la dimensión que tiene. Actuando puedes sentir mucha presión, y si no quedas contento con lo que haces…
Después aprendes a relativizar, claro. Pero sí, aquel trabajo va a quedar para siempre. Y te vas a implicar a tope, porque si yo acepto un personaje es para implicarme al 100%. A medias no puedo hacer las cosas, no sé si sabría hacerlas y no me interesa. Sobre todo, porque le estaría faltando el respeto a las personas que han confiado en mí.
Y a ti mismo…
Quizás… yo hago este trabajo porque lo disfruto, y la manera de disfrutarlo es entregarme a tope. A medio gas no se disfruta, perdería el componente de la pasión o de… la ilusión. La palabra es ilusión.
Tu hermana Ángela nos hablaba de la relación tan estrecha que teníais y nos decía que habías sido su referente.
Nos acompañamos mucho, sí. Y ya me impresionaba en sus primeros pasos como actriz. Y más ahora con La furia o con la obra de teatro Jauría. Me hace sentir muy orgulloso de su talento, pero también de su capacidad de trabajo, de su entrega y del amor que le pone a la profesión y a sus compañeros.
Creo que es muy bonito admirar tanto a una persona a la que quieres tanto. Entiendo que el apoyo de tus padres ha sido fundamental para que ambos os dediquéis a esto y, en tu caso, para que mantuvieras los pies en el suelo cuando llegó el boom de 3 metros sobre el cielo (2010) o de la aventura americana con Hanna (2011).
Sí, han sabido apoyarnos muy bien, dándole valor a la pasión que sus hijos tenían por este trabajo y respetándonos mucho, pero cuando han llegado los éxitos, y desde la alegría, también le han dado la importancia que tiene, sin regodearse. Como todo ha sido tan progresivo, también hay un punto de ir aprendiendo a la vez que yo aprendía sobre el oficio, sobre la industria.
Un camino que después también ha hecho Ángela. Como ha sido algo progresivo, ha habido una naturalidad en el proceso, también en el sentido de mantener los pies en el suelo, de no darle más vueltas de la cuenta. Y creo que Ángela y yo hemos apreciado esa mezcla de acompañarnos, de estar muy cerca, pero sin obsesionarse ni que se convirtiera en algo demasiado goloso.
Y, de forma inconsciente, es algo que hemos acabado aplicando a la vida.
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