Érase una vez….el gran sueño americano de Sergio Leone

Sergio Leone

La obra maestra de gangsters protagonizada por Robert De Niro, James Woods, Elizabeth McGovern y una jovencísima Jennifer Connelly celebra su 40 aniversario. Masacrada en el montaje por su duración, fue inicialmente un fracaso y causó tantos quebraderos de cabeza a su director que le condujo a una muerte prematura.

Ahora, pasados los años, se ha convertido en una de las películas más famosas e importantes de todos los tiempos. Lo recuerdan quienes estuvieron cerca de su creación.

Por Boris Sollazzo

¿Llevas mucho esperando?

–Toda la vida.

Así comienza la escena con la que Noodles nos conquista. Esa en la que Sergio Leone nos invita a entrar en su abismo de dolor y dulzura. Y en la oscuridad de su alma perdida. Mientras estamos dispuestos a perdonar a ese hombre, a acogerlo, él se refugia en un agujero negro, en la acción más abyecta. Sergio Leone se convierte en una mezcla de Shakespeare y Scorsese para relatarnos la profunda naturaleza de una generación y un país, EE UU, y aquellos años 30 y 60 en los que perdieron la inocencia que creían haber (re)conquistado. Y quizá especialmente también la suya propia. Érase una vez en América nos habla de amor y de persecuciones, de oportunidades, de amigos, de amores perdidos, de traiciones y venganzas, de regresos tardíos, de un hombre que lo ha perdido todo y quiere perderse a sí mismo… encontrándose. Nos habla de una cita con la muerte de la persona que arruinó tu vida y quiere que le arrebates la suya. Habla de una marioneta melancólica en busca de la isla que ya no existe. O que no ha existido nunca.

Una escena, que ahora sería difícil de escribir. De hecho, es imposible.

AMOR TÓXICO

“Nadie te amará jamás como yo te he amado”. Mientras lloras por dentro, por ese hombre que, obstinado, persigue el pasado; mientras esa niña, Deborah, convertida en mujer –que tuvo la mirada inquietante de Jennifer Connelly, y que ahora es la de una deductiva y decidida Elizabeth McGovern–, anuncia su partida, las ambiciones y los sentimientos que caen sobre la mesa, suenan demasiado a chantaje.

Ese chantaje que esa mujer tan consciente destripa durante la cena con gran tacto y tensión, en un intercambio.

“Me encerrarías y tirarías la llave, ¿verdad?”. “Imagino que sí”. “Lo peor es que seguramente no me importaría”.

La ambigüedad con la que Leone construye la ambición de Deborah, reflejada en su encuentro en el camerino años después, casi parece legitimar la insoportable violencia en el coche. Y ahí es donde ahora ningún guionista sería capaz de desentrañar lo que es correcto y lo que se puede contar. Pero si diriges obras maestras, sólo necesitas un chófer que rechaza tu propina con desprecio. O tu víctima que te acoge, aunque sin perdonarte.

Intenta salvarte, intenta salvarse, y luego, ¡bum!, un giro desgarrador, y él vuelve a darle la espalda al amor, a sí mismo, ahogado en el deseo de disolverse que le atenaza a lo largo de décadas. Y una película tan clásica y fundadora se vuelve muy moderna, porque al pivotar sobre el hombre y lo masculino –Noodles es uno de los personajes más increíbles de la historia del cine porque acaricia la dulzura y la miseria con gracia y desesperación en cada escena, plano, gesto y mirada–, encuentra su plena realización y su poder en lo femenino.

VENECIA, EL TRUCO DE UN GENIO

La (es)cena de amor empezó como una jactancia del cineasta. Esos minutos que parecen épicos y luego rotundos, en los que se reparten aforismos inmortales y alguna ñoñería sobrera –con la única intención de que nos demos realmente de bruces con la realidad de los hechos y los sentimientos, con el vacío que te desgarra por dentro– es la mayor broma que se ha hecho nunca en el Festival Internacional de Cine de Venecia.

Lo cuenta Enrico Lucherini, motor y memoria histórica de los mejores años del cine italiano, agente de prensa y del estrés, brillante narrador, arreglador y a veces incluso inventor de noticias, anécdotas y breves escenas cinematográficas.

“Habitación 135 del Excelsior, veníais de 10 en 10 o de 12 en 12 para lo que ahora se llaman mesas redondas o mini ruedas de prensa. ¿Sabíais que esas reuniones en petit comité, para unos pocos, en realidad las inventé yo? Elegí cuidadosamente a los participantes, basándome en el talento y en el cine, eran charlas más sofisticadas. La mayoría de vosotros estabais de pie o apoyados en el escritorio. Una de esas noches, una luz brillante penetra de golpe en la habitación. Salgo, salimos”.

Pica la curiosidad. Es la noche anterior al inicio del Festival de Venecia, en teoría, ese tramo de playa debía estar desierto. “Sólo había un pino pequeño, que al crecer se fue llevando la bonita luz que entraba en esos pocos metros cuadrados. Crecía a la vez que mi pasión menguaba. El cine, nuestro mundo, estaba cambiando. Para peor, ahora ya no queda nada”.

Pero esos minutos, esa tarde seguía siendo su juego favorito. Y esas luces parecían las de una nave espacial. Unos colegas, que le conocían bien, le preguntan si se trata de uno de sus trucos, una lucherinata. “Deja de llamarlo así, soy un tipo serio en el trabajo, dicho así parece un insulto”.

Esa vez no era cosa suya. De hecho, corre como el que más, probablemente temiendo que alguien le haya ganado la partida. Y, en cierto modo, tenían razón.

“Era Sergio Leone, era Érase una vez en América. Bajo mi ventana. La escena de amor, la alfombra colocada en la playa y ellos besándose con la botella de vino al lado”. Nadie te amará jamás como yo te he amado. “Un genio, todo el mundodel cine estaba allí y rodó su escena más importante en Venecia, la víspera del Festival. Para que todo el mundo hablara de ello. Y así fue. Todo el mundo pensaba que yo lo había organizado.

Y dejé que lo pensaran”. Suspira. “Menuda escena: el restaurante, Robert De Niro y Elizabeth McGovern. Dios, me encantó, me pareció genial”. Allí estaba, enfundada en el vestido creado por esa gran genia que es Gabriella Pescucci, la reina del vestuario, que se supera aquí con un vestido de noche de organza rosa, falda de pétalos y corpiño bordado. Sencilla, virginal y sensual, la guinda del pastel de un trabajo extraordinario y minucioso, fruto de una documentación obsesiva de la moda americana, en distonía temporal con respecto a la europea y, además, repartida en tres épocas. “Estaba preciosa con ese vestido, era un ángel, una diosa. ¿Entiendes lo genial que es Leo? Rodaron la víspera del Festival, cuando todo el mundo ya estaba aquí. Y pude disfrutarlo en directo”. Aunque no como Carlo Verdone.

CUANDO LA PISCINA SE TORNÓ EN PRISIÓN. ÉRAMOS YO, SERGIO LEONE, CARLO VERDONE…

“Era el verano de 1981 —cuenta el director y actor, Carlo Verdone, por aquél entonces bajo la batuta de un Leone que le descubrió en un teatrillo de la capital donde sólo había dos  espectadores—. Sergio nos invitó a su casa en Via Birmania. Hacía mucho calor, estábamos en su jardín, junto a la piscina. Mi mujer Gianna le pregunta por la próxima película. Todavía no había dicho nada, ni a los medios, ni a la televisión, nadie sabía nada. Seguramente, ni siquiera a los productores. Estaba seguro de que nos regatearía, pero en lugar de eso se sienta bajo una sombrilla y nos dice que le sigamos. Bebe té frío. Y empieza a contar la película escena por escena. El guion entero de Érase una vez en América, narrado, con cada pausa, detalle, gesto, mirada, por el mismísimo Sergio Leone. A día de hoy sigo sin creérmelo. Si nos hubieran visto desde fuera, creo que les habríamos parecido graciosos. Él habla y habla, gesticula y se mueve de un lado a otro; nosotros estamos quietos, atónitos y secuestrados. Ni siquiera nos dimos cuenta de que se había levantado la brisa y había oscurecido. Duró tres horas y media y nos fuimos a casa, mecidos por esa poesía, el viaje y la potencia de esa historia, y nos miramos conscientes de que habíamos tenido el privilegio de asistir al nacimiento de una obra maestra”.

Es una pena que el cineasta no pudiera conocer el lugar que ocupa en la historia del cine la obra que más amó, pero también la que más le hizo sufrir. “La película era él, allí estaba el Sergio niño de Viale Glorioso, cuando era un chico malo de barrio, inconsciente, el que hacía bromas pesadas, el que iba a toda pastilla montado en las barrozzette [originalmente, carruajes tirados por animales en la campiña romana, adaptados como juguete en la ciudad] por las escalinatas de Roma”, continúa Verdone.

“Se había hecho suya la melancolía y la nostalgia desgarradora. Yo estaba montando Bianco, Rosso e Verdone (1981) con la moviola, a un tiro de piedra de su casa, y todos los días había una procesión interminable de guionistas y de intermediarios que luego le explicaban al productor norteamericano Arnon Milchan el sentido de cuanto aparecía en la cinta. Horas y horas, todos los días, decenas de personas, Sergio trabajaba, escribía, nunca se quejaba. No sólo llevaba 16 años pensando en esa majestuosa obra, desde que había leído Los Capotes, de Harry Grey, sino que había convertido el proceso en una odisea”.

EL FRACASO QUE SE CONVIERTE EN OBRA MAESTRA. Y VICEVERSA

14 de junio de 1982, Teatro Cometa de Roma. Son las 9:30. Nos ponemos en marcha. En la escena inicial de la película, aparece el duelo de las sombras chinas, la obra maestra de Tonino Delli Colli. Serán 10 meses intensos, interminables. “Las primeras semanas pasaba una página al día. Y te aseguro que ese guion tenía cientos de ellas. Creo que Érase una vez en América contribuyó a anticipar su final, a agravar su enfermedad cardíaca. Las discusiones con Milchan porque el metraje era demasiado largo, las noches en vela pensando en cada detalle, los interminables y agotadores días en el plató… Y luego llegó la decepción”, prosigue Verdone.

“La película se estrenó inicialmente en EE UU, como él quería. Duraba 4 horas y 11 minutos. Va a las salas, se esconde en la cabina del proyeccionista, controla las bobinas y luego mira hacia abajo, esperando a que se llenen. Pero no ocurría. La gente venía a verla, pero cuando les decías lo que duraba, se daban media vuelta. Así que la retiraron. Los productores estadounidenses la volvieron a montar y él les demandó. Y perdió el juicio. Aún recuerdo que se pasó años mostrando a sus amigos la versión extendida, la versión del director. Lo hacía en la sala de proyección de su casa. Donde, además, la vi por primera vez”.

Todavía resuena el eco de la música de Ennio Morricone, también en su mejor momento (todos, desde el organizador general Claudio Mancini hasta Robert De Niro, alcanzaron cotas de popularidad nunca vistas), privado del Oscar seguro por el grotesco error de los productores estadounidenses, que presentaron a la Academia los documentos equivocados.

ENNIO, PAUL Y BOB

Una sinfonía perfecta, escrita y realizada con mucha antelación, que Leone envió al plató para inspirar al equipo y especialmente a los intérpretes. Una sinfonía adornada por La gazza ladra, de Rossini, God Bless America, de Irving Berlin y Night And Day, de Cole Porter; y Yesterday, de Paul McCartney, un arquetipo dentro de otro arquetipo, una obra maestra icónica dentro de otra. “Esa película fue el golpe final”, continúa Carlo Verdone.

“Le amargó el corazón enormemente, metafóricamente y, en otros sentidos, estaba destrozado. Sin embargo, era sin lugar a dudas una obra maestra. Me pareció increíble hasta a mí, que la había escuchado con antelación y, por tanto, conocía el giro final del guion, así como los demás giros. Era incluso más bonita que la historia que nos contó. Porque la parte de los niños es de locos, traducida en imágenes, sigue siendo una de las cosas más bonitas que he visto jamás”.

30 años después, Verdone conoció a Robert De Niro en el plató de Manuale D’amore 3. Las edades del amor, de Giovanni Veronesi (2011). “Y tuve la impresión de que a él esa película también le había causado cierto dolor. Intenté hablar varias veces de nuestro Sergio Leone y siempre me esquivaba. “Nunca entendí lo que había pasado”.

Nos gusta imaginarnos a Leone en aquella casa de Via Birmania, junto a la piscina, sonriendo y dando sorbos a aquel té frío. Consciente, por fin, de que a la gente le ha gustado su película tanto como a él. Es muy triste que se nos fuera tan pronto.

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