Hay un Ken Scott que fue ingeniero de sonido de los Beatles, Elton John, Pink Floyd y Duran Duran, productor de David Bowie, Supertram y Devo, pero este británico no tiene vínculo familiar alguno con el director canadiense del mismo nombre, responsable de la tragicomedia Érase una vez mi madre.
Lo que sí tienen en común ambos Ken Scott es la elevada consideración de la música en sus vidas y obra. Su película, basada en la autobiografía Ma mère, Dieu et Sylvie Vartan, de Roland Perez, está basada en la historia de superación personal del escritor, empujado por su persistente y, por momentos, asfixiante madre y por las canciones de la artista que fuera referente del movimiento yeyé.
La trama sigue la vida del hijo menor de una familia numerosa, nacido con un pie zambo. Pese a múltiples operaciones, los médicos sentencian que nunca podrá caminar sin muletas. Sin embargo, su progenitora, Esther, se niega a aceptarlo. Movida por una fe inquebrantable y una voluntad arrolladora, inicia una cruzada personal para que su hijo camine como cualquier otro niño. Desde rezos diarios hasta tratamientos alternativos, toda su existencia gira en torno a ese objetivo. Leïla Bekhti (Un profeta, Querida desconocida) interpreta a esta madre “más grande que la vida”, en un papel que podría haber caído en la caricatura, pero que se mantiene en el delicado equilibrio entre devoción y exceso.
La película se estructura en dos partes bien diferenciadas. En la primera, narrada en pasado, el foco está en Esther y su inagotable determinación. En la segunda, ambientada en el presente, el protagonista es un Roland adulto, que lucha por encontrar su propio espacio lejos de la omnipresencia de su madre.
“Es aquí donde la cinta muestra su verdadera complejidad emocional: los mismos gestos protectores que de niño lo salvaron, ahora lo saturan. La madre no ha cambiado, pero el contexto sí, y ahí reside la belleza y el conflicto de esta historia”, explica Scott. Sylvie Vartan fue una figura fundamental en la infancia de Roland, sus éxitos le ayudaron a aprender a leer cuando estudiaba en casa. Con el tiempo, el azar les hizo conocerse y el escritor se convirtió en abogado de su ídolo musical de la niñez. La cantante francesa aceptó participar en el filme interpretándose a sí misma. “Es un ejemplo de cómo el arte puede tener un impacto real en la vida de las personas”, valora el cineasta.
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