Se llama los tortuga a los andaluces que emigraron a otra provincia, en general del campo a la ciudad, llevándose la casa a cuestas. En su segunda película, después del premiado y genial debut con La hija de un ladrón (2019), Belén Funes parte de la figura de estos migrantes de Jaén, trabajadores del campo, de los olivos para a partir de ahí reflexionar sobre el duelo y la clase social.
Los tortuga arranca en Jaén, entre olivos, en la recogida de la aceituna, una familia casi al completo de niñas a madres, abuelas, muchas mujeres, trabajan en unos árboles que la protagonista, Anabel, heredó de su padre. “Tu padre te dejó olivos buenos”, le dice su tía después de que prueban el primer aceite, la primera cosecha, de un verde intenso y hasta con un poco de picor que comen mojando trozos de pan en un tupper rebosado.
El arranque de la película siguiendo a esta familia y a esta chica en sus relaciones con tías, primos, abuela es una preciosidad con la que la directora nos sitúa física y, sobre todo, emocionalmente. Se dejan ver las heridas cuando aparece la madre de Anabel, una taxista de Barcelona, de origen chileno, feliz, muy alegre, pero que claramente esconde detrás de tanta energía positiva, mucho dolor.
Madre e hija se vuelven a Barcelona y ahí aparece el título de crédito, Los tortuga. Y arranca otra historia, la de estas dos mujeres y cada uno de sus mundos en la ciudad. Las aventuras como taxista de la madre, encontrando comunidad y familia con otras conductoras mujeres, la de la hija en la facultad de Comunicación Audiovisual donde estudia. Sus universos se encuentran en casa, un piso de alquiler amenazado por los fondos buitres, van a ser desahuciadas. Con tanto encima, intentando sobrevivir solas, no han sabido ni podido gestionar bien el luto de la muerte de su padre. Eso es todo lo que cargan estas dos mujeres tortuga a sus espaldas. Pocas posesiones materiales y mucho emocional, dolor y silencio. Lejos del resto de su familia.
DOS ACTRICES INMENSAS
Como ya pasó en La hija de un ladrón, en Los tortuga de lo más destacable, impresionante y bonito son las interpretaciones de sus protagonistas. Aquí, los trabajos individuales y la dinámica de las dos actrices juntas están llena de fuerza y emoción. Para Anabel, Belén Funes hizo un casting de unas 900 chicas, viendo por la calle, por bares, bibliotecas, colegios… La debutante Elvira Lara apareció justo saliendo de una biblioteca y su trabajo y recorrido emocional es increíble en la película; estando siempre a la altura de la experiencia y vigor de la actriz Antonia Zegers, uno de los nombres más respetados y conocidos del cine chileno con títulos como No, El club o Una mujer fantástica.
Funes quería ver cómo el duelo y la clase social podían relacionarse, unirse, la respuesta es que la clase también suma dolor al duelo, posibilidad de incomunicación y falta de tiempo para respetarlo cuando las preocupaciones delante de las personas que lo sufren tienen otros problemas, como conservar su casa y llevar comida a su mesa. Hay muchos temas, muchos más en el segundo filme de la directora en el que se sigue viendo una voz distinta y un compromiso político; y, además, cine especialmente en los tiempos y momentos en Jaén, ahí Los tortuga se crece y conmueve profundamente.