Gran Premio del Jurado en Cannes, La luz que imaginamos, de la directora india Payal Kapadia, es una luminosa historia de amistad femenina.
Por Begoña Donat
Payal Kapadia (Mumbai, 1986) llevaba tiempo dándole vueltas a qué significa ser una mujer trabajadora en una metrópoli como la suya. A las dificultades de vivir en la urbe más poblada de la India se sumaba la desigualdad de género. “Me planteé las contradicciones que afrontamos con respecto a las ideas occidentales sobre el feminismo: somos mujeres económicamente independientes, que no vivimos con nuestras familias, sino en nuestras propias casas –muchas, incluso, lejos de nuestros hogares–, pero así y todo, mantenemos unos vínculos familiares que nos tienen oprimidas y no sentimos que seamos capaces de realizar elecciones por nosotras mismas”, se lamentaba la directora india en la última edición del Festival de San Sebastián, donde el resultado de todas esas reflexiones estuvo programado en la sección Perlak tras alzarse con el Gran Premio del Jurado en Cannes. Y, más recientemente, se alzó con el Premio Gotham a Mejor Película Internacional.
Esta oda a la amistad femenina está protagonizada por tres mujeres que trabajan en el mismo hospital. La mayor, Pavarty, es cocinera y está a punto de ser desahuciada de su casa. Las otras dos son enfermeras y viven con ansiedad sus relaciones de pareja: Prabha, porque acaba de recibir un regalo por correo, una arrocera, que sospecha puede ser un obsequio de su marido, emigrado a Alemania para nunca más volver; y Anu, preocupada por el qué dirán porque ella es hindi y su novio, musulmán.
La cinta es la primera de ficción de Kapadia, que hasta el momento había dirigido documentales (A Night of Knowing Nothing). No obstante, la cineasta no se desvincula por completo del género en el que está más versada, ya que La luz que imaginamos combina la historia de su trío protagonista con secuencias de no ficción, rodadas de manera clandestina en el corazón de la mega urbe india. “Era muy difícil conseguir permisos para filmar en las grandes avenidas y en los mercados y ya sólo por el presupuesto que supone, no puedes recrearlos, así que hubo un par de escenas que rodamos con las protagonistas, pero sin contar con permiso”, explica. “Mumbai es una de las ciudades más caras para rodar, ya que es una urbe muy cinematográfica, de modo que las actrices caminaban por las calles en la piel de sus personajes y mi director de fotografía y yo nos escondíamos para grabar o fingíamos ser turistas con una pequeña cámara DSLR”, comparte la cineasta, que recurrió a un especialista en etalonaje en Francia, Lionel Kopp, para darle, después, homogeneidad al conjunto.