Su interpretación de Romy en Babygirl, una poderosa consejera delegada de una empresa de automatización que pone en peligro a su familia y su carrera cuando empieza a tener un romance con un joven becario, le valió una Coppa Volpi a la Mejor Actriz, pero Nicole Kidman aún tiene algo de lo que «quejarse».
Para el thriller erótico dirigido por Halina Reijn, la actriz se esforzó mucho, sobre todo físicamente (no como Emma Stone en Pobres criaturas, pero ahí está), hasta el punto de que no pudo aguantar más ciertas secuencias especialmente picantes. Durante una entrevista con The Sun, Kidman declaró que hubo momentos del rodaje en los que pensó: «No quiero tener más orgasmos. Ni se me acerquen, odio estas cosas».
Se refiere al hecho de que desde el primer minuto de Babygirl se la ve manteniendo relaciones con su marido Antonio Banderas y más tarde con el personaje interpretado por Harris Dickinson, que la introduce en el mundo del BDSM y le hace bajar definitivamente la guardia hasta el punto de someterse a él. La estrella continuó: «No me importa si no me tocan nunca más en mi vida, ya he tenido suficiente. Estaba tan presente cada vez que me sentía agotada».
En efecto, Nicole Kidman viene de un periodo muy intenso en este sentido: rodó escenas muy eróticas con Liev Schreiber para La pareja perfecta, pero también en Un asunto de familia con Zac Efron. Nunca ha rehuido este tipo de cosas en su carrera, como demostró en Eyes Wide Shut con Tom Cruise y en la más inquietante El sacrificio del ciervo sagrado con Colin Farrell.
En Venecia 81, donde participó en competición, describió Babygirl así: «Es una película sobre sexo, deseo, pensamientos internos, secretos, matrimonio, verdad, poder, consentimiento. El lenguaje del sexo es complicado: es la historia de una mujer y espero que sea muy liberadora, sobre todo porque está contada por una mujer a través de sus ojos y para mí eso la hizo única. Estar en manos de una mujer para este material fue muy profundo y liberador».
© REPRODUCCIÓN RESERVADA