Después de Loreak, La trinchera infinita o Marco, los Moriarti regresan con Maspalomas, la conmovedora historia de un homosexual que pierde su identidad hacia el final de su vida. La película compite en Sección Oficial en el Festival de San Sebastián sólo unos días antes de llegar a cines (el 26 de septiembre). Hablamos sobre el filme, y sobre su trabajo colectivo, con los cineastas Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi.
Sin prisa, pero sin pausa, con discreción y sin hacer demasiado ruido, a base de pasos firmes y resultados incontestables, de premios y relevancia creciente, los Moriarti se han situado entre los cineastas más prestigiosos de nuestro cine. Lo han hecho desde las periferias, a menudo desafiando a aquellos a los que se les eriza el vello, cuando no les hierve la sangre, al escuchar un idioma distinto al español, el euskera, en este caso. El suyo es sello de calidad, forjado con historias de largo alcance, como las de 80 egunean (En 80 días) (2010), Loreak (2014), o Handia (2017), primero, y La trinchera infinita (2019), la serie Cristóbal Balenciaga (2024) y la reciente Marco (2024), después.
Aitor Arregi, Jose Mari Goenaga y Jon Garaño, tres cineastas vascos, compañeros de estudios de cine y socios de una productora con nombre de villano de Sherlock Holmes (ojo, la inspiración llegó vía Arthur Conan Doyle, pero pasada por el filtro de la adaptación animada de Hayao Miyazaki), que se reparten los proyectos, se implican en mayor o menor medida, dirigen en equipo, y han construido un puñado de ficciones bien poderosas. En el fondo funcionan de manera similar a la de una banda de rock cuyos miembros componen sus propias canciones para ponerlas en común. “Somos bastante banda, sí”, sonríe Aitor Arregi. “La base se creó cuando, hace 25 años, nos juntamos para hacer cortometrajes. La idea era que uno escribía y dirigía, y los demás sumaban, ya fuera como productor, ayudante de dirección, script, lo que fuera. Al terminar, preparábamos el siguiente corto, intercambiando las responsabilidades. Había una especie de espíritu de rotación, a la vez que colaborativo. Y eso se ha mantenido”. Arregi continúa: “¿Cómo nos repartimos los proyectos? Alguien trae una propuesta, o hacemos brainstroming de ideas, y si alguna va para adelante, quien la ha presentado lidera el proyecto. A partir de un punto, otro de nosotros entra en la codirección. A veces porque le motiva especialmente, otras porque le toca, porque también pasa que a veces a uno le toca banquillo. Milagrosamente, con sus altibajos, la fórmula nos sigue funcionando”, razona.
En el caso de su nuevo trabajo, con nombre de dunas canarias, y la fuerza desmedida de las emociones en estado puro y de la ternura con la que suelen tratar a sus criaturas de ficción, fue Jose Mari Goenaga quien apareció con una idea que, nos cuenta, nació en su primera visita a Maspalomas. “Me encontré con una realidad que me pareció muy interesante para retratar, aunque se quedó sin concretar. En paralelo, leí algo sobre Federico Armenteros, director de la Fundación 26 de diciembre, una entidad que trabaja con y por las personas mayores LGTBQ+. Entre otras cosas, proyectaban crear una residencia que tuviera en cuenta un fenómeno habitual: cuando las personas homosexuales son ingresadas en residencias para mayores, muchos vuelven al armario. Se encuentran con una realidad que creían superada, pero otra vez resurgen las vergüenzas y los miedos, y me pareció interesante escribir en torno a eso. A cómo esa gente, a la que le ha costado tanto dar el paso, puede acabar revertiéndolo, involucionando”.
Maspalomas: entre lo explícito y lo emocional
La suma de ambas chispas encendió el fuego, y ahora Maspalomas es una magnífica realidad. Son Jose Mari Goenaga, también guionista del filme, y Aitor Arregi quienes comparten dirección, y quienes charlan con BEST MOVIE sobre una película que, presumimos, será una bomba. Las primeras escenas de la película suponen toda una declaración de intenciones, también un puñetazo sobre la mesa: el acercamiento al tema no llegará a base de medias tintas. Entre parques y playas paradisíacas, la zona de Maspalomas es un punto de reunión de fiesta, descontrol y mucho, muchísimo, sexo, fundamentalmente homosexual. El cruising entre las dunas y la vegetación, pero también los múltiples clubs con cuartos oscuros, convierten el lugar en un paraíso para dejarse llevar por los placeres de la carne. Y exactamente eso es lo que hace Vicente, el protagonista de la historia, un hombre de 70 y tantos años que parece vivir una segunda juventud hasta que un hecho inesperado le obliga a volver a San Sebastián para acabar ingresado en una residencia.
Toda esa oferta sexual inicial resulta clave para entender la posterior evolución del personaje. Y los Moriarti no se cortan un pelo a la hora de narrar ese primer acto del relato. “A mí me ponía ser atrevidos y explícitos. De otra forma, creo que la película sería más pobre. Tenía todo el sentido del mundo que mostráramos de dónde viene Vicente y qué es lo que pierde al regresar a Donosti. Es cierto que esas escenas han generado debate entre nosotros y algunos distribuidores, que al final son empresarios y se preocupan por las posibles reacciones del público en tal o cual ciudad. Y no sólo en España, también ha pasado con nuestro distribuidor francés, que es muy LGTBQ+ friendly”, confiesa Aitor Arregi. Su compañero, Jose Mari Goeneaga, añade: “La verdad es que las posibles reacciones son una incógnita para nosotros. Pero creo que, cuando la trama se instala en la residencia, todo ese primer acto en Maspalomas genera un contraste que funciona como motor. Sin ello, hubiese perdido fuerza. Y se trataba de hablar sobre una manera de vivir el sexo, que para el protagonista es fundamental, y nos parecía muy importante mostrarlo”.
Dicen por ahí…
En ese sentido, y siendo como es uno de los platos fuertes del Festival de San Sebastián, Maspalomas promete dejar en shock. Por la combinación entre ese alto voltaje sexual de las escenas iniciales y el protagonismo de un Jose Ramon Soroiz (Patria) que es uno de los actores más queridos de Euskadi. “Intuyo que en Donosti dará que hablar”, afirma Aitor Arregi. “Aquí, Soroiz es muy conocido desde los años 90, porque ha hecho de todo: bastante teatro y mucha televisión, normalmente papeles muy blancos, nada controvertidos, en series muy populares. Una señora de 80 años le puede recordar por la mítica Bi eta bat, y un chaval de 11 años le conoce como el abuelo de Irabazi arte!, que sigue emitiéndose. Cuando de repente le vean como Vicente, sobre todo en esa parte inicial… dará que hablar. Pero eso nos motiva, y era parte de la gracia: está bien romper con los clichés que el público se puede montar. Además, que Jose Ramon se preguntase si era capaz de asumir el reto, y qué necesidad tenía de meterse en esto, era una pelea interna que es parecida a la de Vicente durante toda la película. Su trabajo y sus inseguridades han sumado”, dice Arregi. Y es que la labor del intérprete es extraordinaria y, sin duda, huele a premios.
A propósito de Soroiz, Jose Mari Goeneaga añade: “Necesitó unos 10 meses para prepararse para este papel. Se agobia mucho, pero luego se entrega y lo da todo. Este era su primer protagonista en cine desde Maité (1994), y para él ha sido importante sentirse rodeado de gente conocida, en el equipo técnico, pero sobre todo de los otros actores. Le ha dado paz”.
Y el director y guionista nos habla de la intensa amistad previa de Soroiz con su hija en la ficción, Nagore Aranburu (Querer, Loreak), y del reencuentro del intérprete con Kandido Uranga (Errementari, Vacas), que en el filme da vida al compañero de habitación del protagonista una vez se instala en la residencia, otro de esos personajes que tocará el corazón del espectador más duro. Porque las emociones, que no la sensiblería, se instalan en Maspalomas desde el primer minuto de una trama que reflexiona sobre los armarios de los que todos tratamos de escapar, también sobre las situaciones que debemos encarar en la recta final de nuestras vidas. Un relato situado en 2019 y que viaja a ese futuro inmediato en el que una pandemia paralizó el planeta y se llevó por delante a cientos de miles de personas.
Con M de Moriarti
Volviendo al día a día de los Moriarti, a un método de trabajo que les funciona desde hace 25 años, y a un sello de autor(es) que parece cada vez más valorado, ambos cineastas se muestran más que contentos. “Creo que empezamos a sentir ese reconocimiento ahora, porque durante mucho tiempo, para bien o para mal, todo quedaba un poco diluido. Ah, pero ¿esta peli quién la ha dirigido? Éramos como un ente raro, y tampoco es que hayamos diseñado una estrategia para que esto cuaje. De alguna manera se ha ido generando un criterio compartido de una forma natural, la voz de Moriarti es una mezcla de los tres; y, además, hacer cine ha ido en paralelo con fraguar una amistad más intensa”, señala Goenaga. “Antes éramos ‘los de Handía’, o ‘los de Loreak’, y que ahora ya hablen, al menos en Euskadi, del colectivo Moriarti es algo que a mí me hace ilusión”, reconoce Arregi.
Terminamos preguntando por el significado que tiene para la productora el participar, una vez más, en un Festival que ya premió a Handia (Premio Especial del Jurado) y a La trinchera infinita (Concha de Plata a la mejor dirección). Lo resume Jose Mari Goenaga: “Por un lado nos produce un orgullo enorme. Pero también un alivio… porque cuando ya has hecho la peli y aún no la ha visto nadie, y estás en casa comiéndote la cabeza habiendo perdido totalmente la perspectiva, que de repente te llame Rebordinos y te diga que quieren la peli para la Sección Oficial… uf, respiras tranquilo. Donosti es muy especial, porque lo hemos vivido como espectadores, como jurado joven, yo mismo trabajé un año como azafato, lo sentimos muy cercano. A veces da la sensación de que, al menos aquí, la gente da por hecho que vamos a estar en el Festival. Pero cuesta mucho, no nos dan nada regalado. Así que para nosotros es un gran logro”, remata.