‘Tiburón’ cumple 50 años: El terror vino nadando

‘Tiburón’ cumple 50 años: El terror vino nadando

Tiburón

Tal día como hoy, el 20 de junio de 1975, se estrenó Tiburón en EE UU. La obra maestra de Steven Spielberg lanzó su carrera y es considerada una película perfecta y una de las más aterradoras de la historia del cine, su éxito no estaba ni mucho menos garantizado en el momento de su estreno. La culpa la tuvo el rodaje, que se convirtió en una auténtica pesadilla.

Por Gabriele Niola

La película Tiburón se inspira en un hecho real ocurrido en el verano de 1964, 11 años antes del estreno de la película de Spielberg, cuando un tiburón blanco de unas dos toneladas atacó a varios bañistas. Su captura fue una sensacional aventura que apareció en los periódicos y llamó la atención de Peter Benchley, un escritor neoyorquino que, de niño, había pescado tiburones con su padre. Aquella historia le causó tal impacto que, siete años después, cuando se hizo periodista, la inmortalizó en una novela que iba a llamar inicialmente La quietud del agua o Leviathan ascendiente, y que acabó titulando Jaws, mandíbulas en inglés. En 1974, la novela tuvo tanto éxito que Hollywood se fijó en ella y compró los derechos.

La casualidad quiso que, en plena preparación de Loca evasión, el que iba a ser su primer largometraje, Spielberg viera las fotos y la documentación de Tiburón. Quedó cautivado y dijo: “Con estos elementos podría hacer una película divertida”. Pero, desde luego, no era un proyecto para él… apenas tenía 26 años y estaba empezando en el mundo del cine. Era más bien para alguien como John Sturges, director de Los siete magníficos y La gran evasión. Y, sin embargo, ver cómo, a lo largo de la preproducción, Sturges hablara una y otra vez de orcas en vez de tiburones, hizo pensar a los productores que no estaba centrado en el proyecto. Así, sin más, fue como el joven Steven dejó de ser un simple espectador para pasar a formar parte del equipo.

La peor idea posible

El rodaje, un auténtico calvario, comenzó en 1974 y finalizó al año siguiente para llegar a los cines en verano. El increíble éxito de Tiburón dio lugar a lo que se conoce ahora como el “verano cinematográfico estadounidense”, es decir, el período en el que se consigue más recaudación en las salas. Un concepto ideado por un director de menos de 30 años, lleno de ideas excepcionales que nadie había visto nunca, con la audacia de ir incluso más allá de lo factible. Spielberg se enfrentó con esta película a sus propias limitaciones. Aunque como él mismo se ha encargado de explicar, Tiburón nunca podría haber salido tal y como la conocemos si se hubiera rodado de forma responsable, con una planificación racional y sin salirse del presupuesto. De hecho, la cinta está tan bien lograda gracias a las soluciones creativas y de última hora que tuvieron que poner en marcha para resolver los problemas originados por la descabellada idea de rodar en el mar.

Un grave error logístico, no cinematográfico. Spielberg tenía la película en la cabeza, hasta ahí todo bien, pero no escuchó a quienes le decían que el mar sólo servía para rodar cuatro escenas. De hecho, la evaluación de la viabilidad y el estudio del guion sobre la base del presupuesto asignado arrojaron un saldo negativo. No se podía hacer la película en ese tiempo y por ese dinero. Con todo, salió adelante dándolo todo. El título original era Jaws, pero los técnicos lo rebautizaron como Flaws (defectos, en inglés). Con un coste original de cuatro millones de dólares y un período de rodaje de 55 días, acabó costando nueve millones y estuvieron tres meses más en el set. En total, cinco meses, todos bloqueados en Martha’s Vineyard, frente al mar, con un nerviosismo creciente, fallos y malas decisiones.

Hasta aquel momento nadie había filmado media película en mar abierto. Spielberg quiso hacerlo así para poder rodar el horizonte libremente, sin tener que ocultar que, en realidad, estaban prácticamente en tierra. Ahora bien, estar en alta mar significaba encuadrar el barco con los actores desde una cámara situada en otro barco que, por supuesto, no dejaba de balancearse, así que cada toma era diferente. Era una auténtica locura. Cada escena requería muchísima preparación, porque los barcos tenían que estar en la posición que habían dejado en la toma anterior. Además, el horizonte nunca estaba despejado, no paraban de ir y venir barcos. Cuando se veía un barco al fondo, podían pasar horas antes de que desapareciera del mapa. Y luego estaba la sal que entraba en todos los equipos para dañarlos, el ruido de las olas entrando en los micrófonos, los actores mareándose y vomitando, ¡e incluso una pizza que cayó al agua y se estropeó!

Tiburón

Bruce, el tiburón

Pero el problema principal era el propio tiburón del título. Era tan grande que sólo se podía construir a escala o por piezas. Había varios ejemplares para diferentes tomas, todos analógicos, por supuesto. Se construyeron dos para las escenas submarinas en las que nadaba, uno para las tomas en las que avanzaba de derecha a izquierda (con un lado compuesto por engranajes y otro con forma de tiburón) y otro construido a la inversa para las tomas en las que avanzaba de izquierda a derecha. Y luego estaba la gran cabeza animatrónica del tiburón, la que se come a Quint cuando emerge del agua y sube al barco al final. Ninguno de los dos funcionó del todo. En particular, la cabeza, apodada Bruce, tuvo que utilizarse en dos de cada tres escenas.

Bruce estaba construido de tal forma que se sostenía desde abajo por medio de un rudimentario brazo conectado a un carro pesado colocado en el fondo del mar, y que giraba donde el agua era poco profunda. El carro podía moverse hacia delante y hacia atrás, lo que simulaba el nado, y el brazo movía la cabeza. La boca funcionaba con un mecanismo de acción independiente. El verdadero mérito de Tiburón es que la película está tan bien hecha que el animal mecánico parece creíble, algo difícil de lograr, ya que, si nos ponemos criticones, basta con observar cómo se mueve el tiburón para entender lo falso e inverosímil que es.

Además, cuando se atascaba, tardaban horas en solucionarlo. La situación era tan terrible que todo el mundo comprendió que no podrían grabar todas las escenas previstas. Spielberg tuvo que idear una alternativa: los barriles amarillos. En la película, los tres protagonistas lanzan el arpón sujeto a barriles llenos de aire para ralentizarlo. El tiburón los arrastra y hace que los barriles amarillos salgan a flote cada vez que está cerca, de modo que somos conscientes de su presencia, de la dirección en la que nada y de lo cerca o lejos que está. De este modo, no sólo se eliminaba la necesidad de mostrar al tiburón y evitar tener que usar la cabeza de Bruce, sino que también aumentaba el suspense.

Tiburón

“¡No volverás a trabajar nunca más!”

A todas estas dificultades hay que añadir la presión de un Spielberg de 27 años que, en su segunda película, la primera importante, se dio cuenta de que había querido abarcar mucho más de lo que podía y tenía a todo el equipo más veterano y experimentado en su contra. El propio Spielberg cuenta que, en una fiesta en Martha’s Vineyard, conoció a una actriz famosa (cuyo nombre nunca reveló) que le dijo: “Acabo de llegar de Los Ángeles. Todo el mundo dice que esta película es una mierda, un fracaso y que nadie te volverá a contratar porque eres un derrochador irresponsable”. Una sentencia devastadora que habría cortado las alas a cualquiera. Durante la segunda mitad de la producción, el propio Spielberg estaba convencido de que no volvería a hacer otra película.

Las tensiones en el plató, especialmente con los actores, fueron en aumento. Los productores eligieron a Robert Shaw (Quint) porque ya había trabajado con ellos en El golpe, pero Spielberg no sabía que tenía problemas con la bebida ni que era muy competitivo. Pasaba el día peleándose. Incluso con Roy Scheider, que había querido participar en la película desde el principio, pero sufría por el aislamiento y el ambiente pesado que se respiraba. Una noche, tras otro tenso enfrentamiento, Robert le lanzó a Spielberg un poco de puré de patatas de un bufé. Delante de todos. Richard Dreyfuss le defendió tirándole un postre a Scheider. Y se armó una guerra de comida marcada no por diversión, sino por el rencor.

Al final, Spielberg sólo podía contar con Dreyfuss. Era el único al que el director quería realmente en el reparto, pero Dreyfuss rechazó la invitación al principio, viéndolas venir. Sabía que iba a ser un verdadero infierno, pero su carrera se había estancado, acababa de rodar El aprendizaje, de Duddy Kravitz, de Ted Kotcheff, y estaba convencido de que sería un fracaso que terminaría de hundir su carrera. Entonces pensó que tenía que aceptar todos los trabajos y todo el dinero que pudiera hasta que se estrenara, así que llamó a Spielberg, aceptó muy a regañadientes y con pocas perspectivas de éxito el papel que le lanzaría definitivamente a la película más taquillera de su vida.

Tiburón

Una gran explosión

El libro y la película tienen finales diferentes. Se hicieron muchos cambios. En la novela, por ejemplo, el personaje de Dreyfuss mantiene un idilio con la mujer del sheriff, lo que complica su relación, y el alcalde de la ciudad tiene que mantener abiertas las playas porque está involucrado en el crimen organizado. La película habría simplificado mucho las cosas si se hubiera centrado en la tensión y en el tiburón gigante.

Sin embargo, en el libro, el escualo muere atravesado por lanzas. Un sinsentido, tal y como Spielberg entiende el cine. Un final de película del oeste en el que el sheriff, aparentemente abandonado a su suerte, se enfrenta al monstruo en un duelo uno contra uno en medio del páramo, armado con su escopeta. El tiburón lleva un tanque de oxígeno encajado entre los dientes y, al disparar, el sheriff lo golpea, haciéndolo volar en pedazos en una gigantesca explosión. Demasiado para una muerte lenta en el fondo del océano.

Todos decían que era un final erróneo e ilógico, porque ningún tiburón se comportaría así, no había motivo para embestir de frente a un ser humano. Spielberg sólo tenía una respuesta para estas objeciones: “Si retengo al público durante dos horas, se creerán todo lo que ocurra en los últimos tres minutos”.

La banda sonora de Tiburón: “Maestro, ¿está de broma?”

Antes de Tiburón, John Williams ya era un compositor con mucha experiencia. A lo largo de 15 años, había trabajado en muchas películas y había ganado un Oscar por El violinista en el tejado, de Norman Jewison. Sin embargo, ninguna de sus composiciones previas a Tiburón figura hoy entre sus obras más recordadas. Su carrera despegó precisamente con ese encargo: tenía que crear la banda sonora de una película protagonizada por un monstruo marino.

Cuando Spielberg fue a verlo para escuchar cómo avanzaba la banda sonora, Williams le tocó al piano las dos notas del tema, mi y fa, que se fueron oyendo cada vez más fuertes. Y, de repente, silencio. El resultado es de risa, debe de ser una broma. Esa no puede ser la banda sonora. ¿No?

Spielberg tardó un tiempo en darse cuenta de que ese semitono era una elección de dirección de Williams, que indica la proximidad del tiburón. Cuanto más distantes son las notas, más lejos está el tiburón; cuanto más cercanas y apremiantes son, más se acerca. Una banda sonora así es una herramienta para la película, de modo que se puede evitar mostrar al tiburón todo el tiempo. Es la música la que explica lo que está ocurriendo.

Tiburón

La historia más terrorífica de Tiburón

Hay dos llamadas telefónicas en el origen del épico monólogo de Quint, en el que relata el hundimiento del crucero militar USS Indianapolis y cómo los tiburones devoraron a parte de la tripulación que permaneció en el agua esperando el rescate.

La primera es la que Steven Spielberg mantiene con John Milius. Los dos eran amigos y, como ocurría a menudo entre cineastas de su edad (Coppola, Lucas, De Palma, etc.), solían intercambiar puntos de vista, opiniones e influirse mutuamente en sus películas. En esa llamada desde el plató de Tiburón, Spielberg le pide a Milius que trabaje en una parte del guion: un prometedor, pero meritorio monólogo sobre la relación de Quint con los tiburones.

John Milius, quizá uno de los mejores guionistas de su generación, eligió la historia del famoso barco hundido durante la Segunda Guerra Mundial y su tripulación tras barajar varias historias reales.

La segunda llamada llegó unos días después. En esta ocasión fue Milius quien llamó a Spielberg para contarle lo que había hecho. Como ya estaban rodando, iban con retraso en el calendario, así que, en lugar de mecanografiarlo todo y enviar las hojas en un paquete, Milius le dictó el texto a Spielberg por teléfono. Eran 10 páginas, que Robert Shaw redujo a la mitad. Spielberg siempre ha dicho que ese monólogo fue “escrito por Milius y editado por Shaw”.

Puedes ver más fotos de la película en BEST MOVIE junio.

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