Crítica ‘Black Mirror’: La séptima temporada trae nuevas esperanzas

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★★★

Cada nueva temporada de Black Mirror, a estas alturas, es como aquella caja de bombones de Forrest Gump: nunca sabemos qué nos vamos a encontrar dentro. Puede haber episodios que sorprendan, conmocionen y se queden en la cabeza del espectador durante mucho tiempo, pero también uno de esos increíbles agujeros en el agua que con el tiempo han hecho que la serie producida por Charlie Brooker pierda confianza, interés y eficacia. En los últimos años, ha sido esto último, más que lo primero: el esplendor de las primeras temporadas ha dado paso a una serie de episodios con premisas intrigantes, pero que luego se han llevado por delante con una superficialidad vanidosa y un instinto vacío para los giros argumentales. La séptima temporada, en Netflix a partir del jueves 10 de abril de 2025, parece invertir en parte el rumbo, ofreciendo nuevas esperanzas a los fans de Black Mirror.

Por Cristiano Bolla

Todavía no estamos en la vecindad de la casi perfección estilística y narrativa de las dos primeras -digamos- temporadas, pero al menos el equilibrio entre los episodios que parecen tener algo concreto e intrigante que decir y los que no acabamos de entender qué están haciendo entre medias es parejo. De los seis nuevos episodios, al menos tres se salvan, más de lo que se podía decir de la desastrosa y molesta sexta temporada. Uno es la secuela de USS Callister, un cuerpo extraño en el paisaje de Black Mirror que estuvo a punto de dar lugar a un spin-off y que ahora regresa con un segundo episodio que amplía sus límites y su trama, llevándonos de nuevo al interior de ese mundo virtual a lo Stark Trek en el que están atrapadas las copias digitales de algunos colegas del visionario creador de juegos interpretado por Jesse Plemons (en el reparto también Cristin Milioti, de vuelta de su magnífica interpretación de Sofia Falcone en El Pingüino). No es un episodio demoledor per se, pero al menos es un añadido decente al paquete.

Los dos episodios que hacen pensar que Black Mirror aún tiene algo sobre lo que reflexionar son, en cambio, Common People y Eulogy. El primero parece salido directamente de las primeras temporadas de la serie, volviendo a proponer el mismo espíritu distópico y provocando esa misma sensación de inquietud y miedo hacia el uso imprudente de la tecnología (y no de la tecnología en sí) que hizo tan eficaz a Black Mirror en sus inicios. Sigue la historia de una mujer (Rashida Jones), a la que debido a un accidente le implantan una parte de un cerebro sintético conectado a una red común de la empresa Rivermind; todo el asunto no es más que una parodia negra y cínica del mundo del streaming, ya que lo que inicialmente parece un milagro se convierte en una pesadilla: el precio para mantener el implante y la conexión sube y sube, entre paquetes estándar, plus y premium que ofrecen servicios similares a los de Netflix y otras plataformas (como, por ejemplo, la exención de publicidad).

Eso hace sonreír, pero no pasa mucho tiempo antes de que la angustia lo devore todo y afloren las distorsiones de un sistema que obliga al marido Mike (Chris O’Dowd) a hacer lo que sea para conseguir dinero para su mujer, incluido unirse al enfermo mundo de Internet que paga por ver cómo la gente se hace daño y se humilla. Gente corriente no tiene nada que envidiar a episodios como 15 millones de famosos o Recuerdos peligrosos, que a pesar de tener 14 años siguen estando entre lo mejor de la serie.

Eulogy, por su parte, traslada al espectador a las atmósferas románticas de otra de las pequeñas obras maestras de Black Mirror: San Junipero (cuyo nombre se menciona varias veces en la serie, en un continuo juego de referencias cruzadas y contrarreferencias). Sigue la historia íntima de Phillip (Paul Giamatti), un hombre que vive en soledad y al que se le pide que contribuya al panegírico de un viejo conocido, a través de un innovador sistema que le permite introducir fotografías antiguas y revivir aquellos momentos de la forma más vívida posible. Un viaje a través de los recuerdos que dispara emociones y reabre viejas heridas, pero que encaja perfectamente en el sentido global de la serie porque utiliza la tecnología para escarbar en los miedos y reacciones humanas, conduciendo hacia un final con un alto grado de empatía y emoción.

Restano da citare tre episodi, ma sono uno meno impattante dell’altro: Come un giocattolo ha dalla sua un Peter Capaldi accattivante nella parte di un eccentrico sospettato di omicidio il cui passato si lega ad un videogioco creato niente meno che da Colin Ritman, il personaggio interpretato da Will Poulter già visto nell’interattivo Black Mirror: Bandersnatch del 2018; la qualità e l’interesse calano invece drasticamente con Hotel Reverie e Bestia nera, storielle nelle quali la tecnologia serve solo da pretesto per situazioni horror o thriller e che si affidano soprattutto al colpo d’effetto sul finale, distante quindi dall’approccio originario che scuoteva e traumatizzava il pubblico con le sue storie angoscianti e tristemente profetiche.

La séptima temporada de Black Mirror no rompe del todo ese ciclo de decepcionante autorreflexión, que comenzó hace 2-3 temporadas, pero para aquellos que buscan rastros de esos viejos sentimientos angustiados, esta vez hay algo positivo en lo que basarse.

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