★★★★½/★★★★★
Sandra, una escritora alemana, vive con su marido Samuel y su hijo ciego, Daniel, en un chalé en medio de los Alpes franceses. Cuando Samuel fallece en misteriosas circunstancias, la investigación no puede determinar si se trata de un suicidio o de un homicidio. Sandra es arrestada y juzgada por asesinato, y el proceso pone su tumultuosa relación y su ambigua personalidad en el punto de mira.
Lo más admirable de ésta, la última Palma de Oro en el Festival de Cannes, es la destreza con la que la cineasta Justine Triet dota a su narración (no solo desde el muy preciso guion, que co-escribe con Arthur Harari, sino desde la austeridad e incluso gelidez de su puesta en escena) de ambigüedades, aristas y puntos ciegos (pocos fueras de campo más pregnantes que los de Anatomía de una caída en el cine reciente), haciendo transitar al espectador por fases muy distintas mientras trata de poner en orden el rompecabezas planteado.
En su apuesta por los grises, la directora logra sortear (difícil tarea) los códigos propios del drama judicial hollywoodiense, en el que, a medida que avanza el metraje, suele revelarse más y más información hasta, finalmente, dejar al descubierto la Verdad. Y es que, en el cuarto largometraje de Justine Triet, la verdad no está escrita con mayúscula, y cada posible pequeño paso hacia el esclarecimiento del caso es, en realidad, tan solo otra otra vuelta más a la espiral infinita que lo cerca.
Así, la cineasta se apropia de la estructura propia del thriller procedimental (con sus intrigas y suspenses, pero dejando a un lado su tendencia a los giros y las trampas de guion) para hilvanar un relato acerca de la inefable complejidad de las relaciones humanas, protagonizado por una mujer estoica y sobria (impresionante Sandra Hüller, que borda un personaje de gran hondura psicológica) que, por desafiar los roles de género que se le presuponen, ve dinamitada su privacidad en una época en la que todos parecemos tener derecho a portar el mazo de la Justicia.
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