★★★½/★★★★★
Barbie es la historia de un despertar. La tercera película de Greta Gerwig tras las aplaudidas Lady Bird y Mujercitas narra el viaje hacia el autoconocimiento de una mujer que, durante toda su vida, ha aceptado los cánones de la feminidad sin hacerse siquiera una sola pregunta. Un relato cuya inteligencia reside en la decisión de su directora (y de Noah Baumbach, co-guionista del filme) de abordar este arduo camino hacia la verdad partiendo de un icono imperecedero de la cultura pop (¿qué mejor que la emblemática muñeca de Mattel para representar la idea de la mujer objeto?) y poniéndolo en diálogo con uno de nuestros mitos fundacionales (la alegoría de la caverna de Platón).
Así, la Barbie de Margot Robbie (tanto ella como Ryan Gosling cumplen en sus papeles), que vive en un luminoso Mundo de las Ideas donde no hay espacio alguno para la imperfección, comienza a tornarse real en el momento en que, por vez primera, toma conciencia de la muerte. Abrumada por la posibilidad de envejecer y dejar de ser “ideal”, se sumerge en una profunda crisis existencial que terminará llevándola a visitar el Mundo Sensible para enfrentarse a la más cruda realidad: no existen allí ni el bien, ni la verdad, ni la belleza. Al menos, no de la manera en que a ella le han enseñado a concebirlas.
Si bien Barbie cojea cuando quiere ponerse melosa y, sobre todo, cuando su activismo se torna demasiado evidente (sobran un puñado de monólogos torpemente discursivos), es verdaderamente efectiva como sátira en los momentos en que se entrega de lleno al humor más absurdo, ácido, socarrón y autoconsciente. Aunque en su guion hay más de una falla (da la impresión de que Gerwig y Baumbach lo han apostado todo a los gags, descuidando en ocasiones la cohesión narrativa y la construcción de los personajes secundarios), es digna de admiración la valentía de la directora al trasladar el texto a imágenes.
Muestra de ello es el arriesgado diseño de una puesta en escena plagada de decisiones artesanales y profundamente artificiosas que, si bien podrían haber caído en el ridículo, terminan erigiéndose como un auténtico triunfo gracias a la plena confianza de Gerwig en la hipérbole como perfecto espejo desde el que activar la conciencia crítica del espectador.
Sin embargo, todo hay que decirlo: más cuestionable resulta el lavado de cara que, con esta película, lleva a cabo la empresa de juguetes Mattel, apuntando el arma hacia sí misma mediante un supuesto ejercicio de autocrítica (eso que tan bien queda en estos tiempos) al producir un filme que arremete contra la esencia profundamente machista de su producto original (que seguro aumentará en ventas). ¿Sátira feminista y profundamente militante o puro y duro ejercicio de marketing disfrazado de cine?
Lo mejor: Su absoluta confianza en sí misma.
Lo peor: Que en ocasiones se obceque en subrayar innecesariamente su discurso.
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