Crítica ‘¡Caigan las rosas blancas!’: Un feroz alegato contra la mercantilización de las imágenes

Crítica de '¡Caigan las rosas blancas!', la nueva película de la directora argentina Albertina Carri, que llega hoy a los cines españoles.

★★

“O inventamos o erramos”. Con esta frase del filósofo Simón Rodríguez arranca el nuevo largo de la argentina Albertina Carri, lisérgico viaje al fondo de sí mismas de un grupo de jóvenes lesbianas, actrices y cineastas, que deciden volar libres tras propinarle una patada al sistema (el cual ha invalidado sus discursos contrahegemónicos precisamente al sumarse a ellos, integrándolos en una dinámica capitalista y, en fin, desactivándolos). Situémonos: ¡Caigan las rosas blancas! es una suerte de secuela de Las hijas del fuego (2018), el anterior largo de Carri. En aquel, la cineasta seguía, también con los códigos de la road-movie (y sin miramiento alguno a la hora de explicitar el sexo en la pantalla), la historia de tres mujeres que rompían con la concepción del amor romántico (y, por tanto, con los males de la posesión y la dependencia) y se abandonaban a una búsqueda de nuevas formas de relacionarse fuera de todo canon impuesto. En esta secuela, de índole metalingüística en su punto de partida, quienes hicieron aquella primera película “porno”, ahora famosas, son contratadas para rodar un contenido subido de tono (aunque más soft) para una plataforma. Cuando toman conciencia de la instrumentalización que está sufriendo su discurso en manos de una gran compañía, deciden abandonar el proyecto y sumergirse en una delirante odisea tan salvaje como onírica (“viajar es una forma de atravesar el miedo”, asegura una de ellas en un momento dado, citando a su escritora favorita). Partiendo de aquí, la película de Carri se convierte en un vanguardista ejercicio performativo que funciona como alegato contra el individualismo, el mundo hiperconectado y, en fin, contra toda forma de domesticación: a través de su puesta en escena, radicalmente libre y heterodoxa (en ella reside su principal virtud), la película arremete contra la estandarización y mercantilización de las imágenes, y lo hace, precisamente, despojándose de todos los códigos propios de los “contenidos" para plataformas que se producen a día de hoy. Así, la película de Carri es huidiza, feísta, deliberadamente incoherente y caótica, mutante a cada paso, ajena a toda posibilidad de etiquetado. Interesante, sin duda, pero también difícilmente digerible en sus accesos discursivos y verborreicos y en su constante pretensión de “descolocar” al espectador; una película transgénero que, en fin, se esfuerza demasiado en resultar obtusa, desafiante y enigmática, y cuyo pretendido hermetismo acaba revelándose, al final, más evidente de lo deseado.

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