★★★
En un discreto salón de masajes de Queens, Amy y Didi, dos mujeres chinas inmigrantes, comparten mucho más que un trabajo: las unen los silencios, algunos pequeños rituales y una rutina de vida atravesada por la distancia y el sacrificio –además, están ahorrando para abrir un restaurante en Baltimore–. Cuando Didi muere inesperadamente, Amy se enfrenta al desconcierto de no saber cómo seguir adelante. Una conexión inesperada con Cheung, el amante de su amiga, le permitirá confrontar una serie de emociones que hasta el momento había evitado. Porque la vida debe continuar. La cineasta chino-estadounidense Constance Tsang debuta en la dirección con una película rodada casi íntegramente en mandarín sobre el dolor de la pérdida y la ausencia, la fragilidad humana y la relevancia de los vínculos en tiempos de incertidumbre. Con un tono agridulce que rechaza toda grandilocuencia dramática, la cámara de la cineasta recorre con suavidad los espacios –entendidos como lugares donde se crea comunidad, pero que también confinan y aíslan– que habitan sus personajes, vulnerables pero resilientes, siempre acariciados por una luz que revela tanto la distancia que los separa como la calidez que emanan. Blue Sun Palace —que compitió en la Semana de la Crítica del último Festival de Cannes, alzándose con el premio French Touch— es una película sutil y meditativa, íntima y naturalista, que transcurre en su mayor parte en un único escenario y que, arrojando en todo momento una mirada honesta sobre sus personajes –casi siempre relegados a los extremos del encuadre durante largos planos fijos, lo que logra trasladarnos, como espectadores, la presión que les imponen los límites de su mundo–, prioriza siempre sus estados de ánimo sobre la progresión narrativa. Una hermosa ópera prima.
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