★★★/★★★★★
Lia, una profesora jubilada, ha prometido encontrar a su sobrina Tekla, perdida hace mucho tiempo. Su búsqueda la lleva a Estambul, donde conoce a Evrim, una abogada que lucha por los derechos de las transexuales, y Tekla empieza a sentirse más cerca que nunca.
Pocas cosas malas pueden decirse de Crossing, el nuevo largo del sueco Levan Akin (Solo nos queda bailar). La suya es una película admirablemente sobria, milimétrica en su escritura, capitaneada por tres personajes tridimensionales (encarnados por los excelentes Mzia Arabuli, Lukas Kankava y Deniz Dumanli) que dicen mucho más con el rostro que con las palabras.
Su planteamiento visual (una cámara en mano de pulso tembloroso que, si bien nos acerca a los personajes, logra mantener siempre el respeto por su espacio, evitando con elegancia todo exceso de dramatismo) refuerza el naturalismo de la última propuesta de un cineasta visiblemente honesto y comprometido (cada una de sus imágenes así lo deja ver) con la lucha de la comunidad trans desde un lugar en absoluto condescendiente.
Una secuencia que acontece tan solo en la imaginación de uno de sus protagonistas (también el recurso del cuadro dentro del cuadro, con espejos, marcos y ventanas que tantas veces recogen la acción) deja ver, además, la sabiduría de un autor que no se contenta con narrar desde los códigos del realismo, consciente de cuánto más poderosa puede ser la metáfora visual que la filmación “directa” del mundo.
Con todo, a Crossing le falta, al menos en opinión de quien escribe, una mayor plasticidad: se echa en falta, durante su visionado, un cierto riesgo formal que zarandee al espectador (en un vaivén entre la identificación con lo visto y la necesaria distancia crítica requerida para una auténtica reflexión) y que aleje al relato de los tan manidos senderos del cine social para acercarlo al terreno de un cine más (verdaderamente) político: expresivo, contestatario, heterodoxo.
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