★★
Más que una nueva adición a la franquicia, este sexto largometraje de Karate Kid funciona como un intento de remake de la película original del 85. Por lo pronto, y aun con ligeras variaciones, el argumento es el mismo que el de aquella (y que el de su otro remake, del año 2010): un adolescente (amante del kung-fu, en este caso: en el film genuino el arte marcial era el kárate) se ve obligado a mudarse, junto a su madre, a una ciudad distinta; aunque reticente al cambio, no tarda en enamorarse de una chica, lo que le ocasionará más de un problema con su exnovio, a quien deberá enfrentarse en una épica batalla final. En este sentido (en todos los sentidos, en realidad), los riesgos que la película de Jonathan Entwistle se atreve a correr son prácticamente nulos. Y, si bien funciona con fluidez durante su primer tercio, en el que logra captar con relativa gracia la ligereza y el encanto adolescentes que caracterizaban el tono de la original, la película pronto pierde el norte y acaba tropezando con la verdadera razón de su propia existencia: el mero reciclaje de una fórmula. El montaje desenfadado y pretendidamente “molón”, copado de grafismos insidiosos a la manera de un videojuego (contadores de puntos por aquí, barras de vidas por allá), no ayuda a redondear una experiencia que, quién sabe, quizá sí disfruten, por aquello de la nostalgia, los más fanáticos de esta saga sobre el crecimiento y la superación personal.
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