★★★
En mitad de un bosque sombrío, un bebé es arrojado desde un tren que atraviesa la noche. En La mercancía más preciosa, el francés Michel Hazanavicius, conocido por su celebrado homenaje al cine mudo en The Artist, se adentra por primera vez en los códigos de la animación para adaptar un cuento de Jean-Claude Grumberg. Revestida con un estilo visual pictórico y artesanal que se aleja del pulido 3D propio de estudios como Pixar, la película aborda los horrores del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial en el microcosmos de una pequeña familia obrera; en este sentido, la voz grave de Jean-Louis Trintignant, narrador del relato, junto a las interpretaciones del resto de actores, todos ellos de teatro (lo cual restan, deliberadamente, naturalismo al conjunto) contribuyen a conservar el espíritu de fábula que atraviesa esta historia de pobreza, humanidad y resistencia. Sin embargo, y pese a poseer un indudable aliento poético, la película no logra evitar una cierta tendencia al sentimentalismo, algo que la banda sonora de Alexandre Desplat, tan bella como invasiva, no ayuda precisamente a suavizar. Ciertos momentos dramáticos rozan el exceso operístico, lo que acaba tornando un tanto facilona (por didáctica y tendente a la moralina) la noble pretensión humanística del film; por su parte, el diseño visual, aunque expresivo, termina por resultar algo esquemático, tosco incluso. Aun con estas y otras imperfecciones, Hazanavicius demuestra una vez más un plausible interés por explorar nuevos géneros y lenguajes (su carrera va de la comedia de terror al drama bélico, pasando por el biopic, la parodia o incluso el cine familiar), un gusto por la versatilidad que resulta aquí en una valiente, aunque algo insípida, incursión personal en el arte de la pintura en movimiento.
© REPRODUCCIÓN RESERVADA