★★★/★★★★★
En X, el cineasta Ti West retorcía los códigos del slasher (con el Tobe Hooper de La matanza de Texas como principal faro) desde una inteligencia y una distancia irónica de la que solo es capaz quien ha estudiado con lupa los engranajes del subgénero. En la precuela de aquella, Pearl, el director partía de las claves formales del musical y el melodrama clásicos en technicolor (con Douglas Sirk siempre en el retrovisor) para abordar un relato de horror “cotidiano”.
Lo interesante de ambos films (ambientado el primero en la década de los setenta y el segundo en la de los años 20) es que, por posmodernos que fuesen, sorteaban con éxito el peligro de tornarse simples caramelos visuales basados en el pastiche. Así, West y Goth (director y actriz, ambos co-guionistas de la saga) utilizaban de forma muy pertinente (y cargada de autenticidad y frescura) los códigos de determinadas tradiciones genéricas para hablar de las cortapisas que la mujer ha tenido históricamente para cumplir con sus aspiraciones vitales (bien quedando relegada al papel de madre y esposa, bien siendo tratada como un mero pedazo de carne que usar y tirar).
La muy esperada tercera entrega de la saga, MaXXXine, que ha llegado a los cine dos años después de aquellas, se antoja claramente la más floja de las tres. Contextualizada, en esta ocasión, en el Hollywood de neones de los años 80, y teniendo al De Palma de Doble Cuerpo y el Polanski de Chinatown como modelos a seguir, el cierre de la trilogía, que sí funciona con soltura en el plano referencial (y, sin duda, en el estético y de puesta en escena, ambos de notable alto), adolece de un guion errático, que da en todo momento la impresión de avanzar a trompicones hacia no se sabe muy bien dónde.
A diferencia de lo que sucedía con sus dos predecesoras, además, MaXXXine no parece tener demasiado que decir al respecto de aquello que pretende cuestionar (la farándula como monstruo depredador), terminando por quedarse en un intento de sátira acerca de la superficialidad de la industria del cine que resulta, valga la redundancia, un pelín superficial.
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