Crítica ‘Desmontando un elefante’

El viernes 10 de enero llega a los cines 'Desmontando un elefante', la ópera prima como director de Aitor Echevarría.

★★½

En tono, la ópera prima de Aitor Echeverría es sobria, aséptica, de una austeridad casi clínica; una propuesta formal que, de tan elíptica y pretendidamente sutil, acaba por dejar fuera al espectador. Pero empecemos por las cosas buenas. El mayor de los valores de Desmontando un elefante reside sin duda en la plena confianza que el director debutante demuestra tener en el poder pregnante de las imágenes, algo que no carece de sentido si se tiene en cuenta que Echevarría ejerció, antes de convertirse en cineasta, como director de fotografía. Y es que su película tiene como principal herramienta los rostros de sus dos intérpretes protagonistas (fantásticas Natalia de Molina y Emma Suárez), entendidos éstos como mapas del alma que el director transita con su cámara, interesado siempre ya no en las palabras proferidas, sino en los gestos, las miradas y la cadencia de las respiraciones (Echevarría filma principalmente planos largos de escucha relegando los diálogos, casi siempre de terceros, al fuera de campo). Al poder de los rostros se suma el de los cuerpos y los espacios, territorios a cuyas tensiones Echevarría da también prioridad sobre las de las palabras, confiándoles prácticamente el total peso dramático de su película. Pero la gelidez estilística y la economía expresiva no son herramientas infalibles per se, y en este caso terminan aquejando al relato de oquedad. El resultado es una película sobre el alcoholismo con un músculo narrativo débil, necesitada sin duda de una mayor progresión dramática y que lo encomienda todo a las atmósferas psicológicas y a un supuesto subtexto que, precisamente por la insuficiencia del texto, termina siendo incapaz de emerger.

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