Crítica ‘Dogman’ (Festival de Venecia)

Dogman Crítica

Por Cristiano Bolla

★★★½/★★★★★

¿Qué puede pasar por la cabeza, el corazón y el alma de un niño encerrado por su padre en una jaula con perros? Esta es la desgarradora premisa de Dogman, película con la que Luc Besson compite por primera vez en el Festival de Venecia e inspirada en una triste noticia francesa que el director leyó en un periódico.

La historia de Douglas, interpretado por un magnífico Caleb Landry Jones (Déjame salir, Tres anuncios en las afueras), arranca desde el final y desde su detención, y luego avanza hacia atrás utilizando como recurso narrativo la conversación que mantiene con una psiquiatra que le visita en su celda. Hay en él una calma y una dulzura tan glaciales que lo hacen a la vez tremendamente inquietante y fascinante, pero ahora depende de ella encajar las piezas de ese misterioso rompecabezas.

Lo que se sabe con certeza desde el principio es que a Douglas le gustan los perros, pero lo más importante es que a los perros les gusta Douglas. «Dondequiera que haya un hombre infeliz, Dios envía un perro» es la frase del poeta Alphonse de Lamartine utilizada en el comienzo, que resume perfectamente todos los elementos centrales de Dogman. Perros, infelicidad y la pretendida ausencia de Dios en la vida del protagonista, víctima de un padre maltratador hasta que consigue liberarse gracias a uno de sus compañeros de jaula.

Tullido, sin embargo, y quizá con el corazón irremediablemente roto, la vida de Douglas transcurre con dificultad y con la convicción de que los perros son criaturas mucho más afines a él que sus congéneres humanos, una suposición difícil de rebatir, teniendo en cuenta su historia personal. Douglas utiliza su vínculo con los numerosos animales que consigue salvar para perseguir su propia visión de la justicia, un antihéroe no muy diferente del interpretado por Jean Reno en el título más famoso del director francés, Leon: El profesional.

Sin embargo, la película que comparte los aspectos más inmediatos con este nuevo trabajo es otra que triunfó en Venecia hace tan sólo unos años: Dogman es el Joker de Luc Besson, por la forma en que guía al espectador a través de la moral distorsionada y sufriente de una persona que ha pasado por las penas del infierno. Lo que le interesa es el aspecto psicológico que se desprende de ese tipo de horror (ser encerrado en una jaula por su propio padre) y comprender dónde se puede encontrar el amor necesario para curarse y recomponerse.

Es cierto que Besson despierta la empatía del espectador, llevándolo al lado de su personaje y atrayéndolo magnéticamente a su relato, pero al mismo tiempo lo aplana con subtramas que deshilachan Dogman y debilitan su impacto final. Sobre todo, el final del segundo acto queda en un tono menor, perdido en tramas de thriller expuestas en clave decididamente pop y lejos de ese clímax dramatúrgico con el que Todd Philipps ganó el León de Oro y Joaquin Phoenix el Oscar al Mejor Actor Protagonista.

Una pena, porque cinefilia aparte, Dogman es hasta ahora la película que mejor ha sabido conjugar el alma comercial y la de autor en estos primeros días del Festival de Venecia. Lo que queda es el valor de una historia de sufrimiento por la que es imposible no sentir algo y la proverbial idea, generalmente populista, de que sí, los perros son mejores que algunas personas.

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