★★★ ½/ ★★★★★
Por Davide Stanzione
El asesino, la película de David Fincher protagonizada por un redescubierto Michael Fassbender en Competición en el Festival de Venecia, es la adaptación cinematográfica de la novela gráfica homónima de 1998 Le tueur escrita por Alexis Nolent (más conocido como Matz), ilustrada por Luc Jacamon y publicada en 12 volúmenes entre 1998 y 2023. En el centro del largometraje, que distribuirá Netflix, se encuentra un asesino que, tras un desastroso paso en falso, desafía a sus mandantes y a sí mismo, en una persecución global que jura no ser personal.
Thriller de alto nivel con un envoltorio formal igualmente cuidado, El asesino, con guión de Andrew Kevin Walker (Se7en), sitúa a Fassbender en el papel de un individuo solitario, glacial y metódico, convertido en un francotirador implacable y entregado a un método que a menudo le lleva a esperar en las sombras, silencioso, a la espera de asestar el golpe letal al objetivo.
La extraordinaria secuencia inicial, en particular, es probablemente una de las más bellas y detalladas de todo el cine de Fincher, que comparte con el protagonista de El asesino la conocida actitud de obseso del control, a juzgar por el método inflexible que aplica en sus decorados y la multitud de tomas que acostumbra a rodar. En la orquestación finamente cincelada de la escena inicial, asistimos a un largo monólogo interior en voz en off, el primero de muchos, que nos muestra todos los rituales y pensamientos que pasan por la mente de este asesino implacable y sin escrúpulos, al que Fassbender presta a la perfección su cuerpo esculpido, delgado e interpretativo, y su rostro plano y seráfico, aquí en ciertos momentos incluso reptiliano.
Y es precisamente la calidad de la dirección, que se escuda en la propia meticulosidad del personaje para escenificar cada detalle con rara habilidad, lo que convierte a El asesino en una suntuosa lección de dirección sobre la escansión de la tensión aplicada a una psicología tan escalofriante como disociada de la realidad, condenada a un radical, y a la larga infernal, solipsismo antiempático. Una condición que irá desdibujando poco a poco incluso la inflexibilidad del asesino para dejar paso, siempre bajo el radar pero nunca explícitamente, a la conciencia dentada y desarmante del hombre solitario, constantemente viajando por el mundo, de París a Nueva Orleans y Nueva York pasando por la República Dominicana, y siempre con los Smiths bombeando en sus auriculares, para relajarse o para bajar sus pulsaciones antes de apuntar y golpear.
Fincher, que monta una película bajo la bandera de la ambigüedad semántica tanto de «rodar» como de «filmar», se confirma como un maestro absoluto del cine contemporáneo, trabajando el género de forma anticlimática, menos abstracta de lo habitual pero más concreta y pragmática. El asesino, al fin y al cabo, es una película de dirección casi total, que rompe con la mediocridad convencional de la acción de plataformas al dotarse de más de una secuencia antológica: además de la ya mencionada e inolvidable apertura voyeurista, hay también una secuencia de combate cuerpo a cuerpo que literalmente deja boquiabierto, una de las más notables de su género en los últimos años.
En El asesino, para la que Fincher también recurrió a otros colaboradores históricos además del guionista Walker, como el director de fotografía Erik Messerschmidt (que ya había trabajado con él en su última Mank) y los fieles Trent Reznor y Atticus Ross en la banda sonora, también se vislumbra el fantasma tangible de un capitalismo extremadamente difícil de sortear, contra el que hay que salir airoso con dificultades extremas, incluso comparables a las que afronta el protagonista en sus incursiones asesinas. El reparto incluye también un precioso cameo de Tilda Swinton, que protagoniza una memorable cena a dúo con Fassbender.