Crítica: ‘El fantástico caso del Golem’

El fantástico caso del Golem

★★★½/★★★★★

Tras una noche de fiesta, David, borracho perdido, cae desde la azotea del edificio en el que vive su mejor amigo, Juan, rompiéndose en mil pedazos al impactar contra el capó de un coche. Este es el marciano punto de partida del cuarto largometraje de los Burnin’ Percebes (Searching for Meritxell, IKEA2, La reina de los lagartos), el primero en el que han contado con una producción más holgada gracias al respaldo de Aquí y Allí Films, productora adalid del riesgo en un mercado cinematográfico español cada vez más monótono.

El fantástico caso del Golem es una divertida comedia ligera (no hay en ella un ápice de pretenciosidad) que encuentra un muy particular equilibrio entre el humor absurdo de altura y la comedia escatológica más peleona. Así, durante el kafkiano y desternillante devenir de Juan (fantástico Brays Efe), un vago redomado que, de pronto, tras la muerte de David, se ve arrastrado por una espiral de improbables (y más que extrañas) coincidencias, desfilan por nuestra memoria tanto El gran Lebowski de los Coen, El dormilón de Woody Allen o ¡Jo, qué noche! de Scorsese como el Top Secret de los ZAZ, el Torrente de Santiago Segura o, puestos a ser tan posmodernos como sea posible, la famosa serie de sketches de José Luis Moreno Escenas de matrimonio.

La Burnin’ reserva también, en El fantástico caso del Golem, un lugar privilegiado para el humor físico, que (como todo en la película) funciona precisamente por la sensación de extrañamiento: huyendo de encuadres aberrantes o montajes rítmicos fesserianos (algo que maneja a las mil maravillas el director de El milagro de P. Tinto), Nando Martínez y Juan González recurren al plano general, estático y simétrico en la mayoría de ocasiones (Wes Anderson o Ulrich Seidl son también invocados en el apartado estético), confiando en que la carcajada surja precisamente gracias a esa distancia irónica. Y aciertan de lleno.

La película, una impredecible y anti-algorítmica fábula en clave sci-fi sobre lo tan predecible y algorítmico de nuestra vida contemporánea, acontece en un marciano universo de ambientación tan futurista como kitsch-cañí filmado en un granuloso 16 mm marca Ion de Sosa (responsable de la fotografía de algunos de los films más deliciosamente extraterrestres del cine español reciente, como Inmotep, de Julián Génisson, o Espíritu sagrado, de Chema García Ibarra). Especial mención merecen Javier Botet en su (probablemente) mejor papel hasta la fecha y Se cayó, el temazo de Bejo que acompaña los exquisitos créditos iniciales.

Lo mejor: Lo impredecible, marciano, radical de la propuesta. Y las risas.

Lo peor: En la segunda mitad del metraje, la magia se diluye por momentos.

El fantástico caso del Golem

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