Crítica: ‘El maestro jardinero’

El maestro jardinero

★★★/★★★★★

El maestro jardinero fue, en un primer momento, concebida por Paul Schrader como la tercera y última entrega de su “trilogía del hombre en la habitación”, que arrancó en 2017 con la excelente El reverendo y continuó, tres años después, con la notable El contador de cartas. Hablamos en pasado porque, cuando recogió el León de Oro honorífico en Venecia el pasado septiembre, el propio Schrader aseguró que, finalmente, no serían tres, sino cuatro episodios: su tetralogía existencialista, perfecta síntesis de toda la trayectoria cinematográfica del guionista y director, tendrá un cuarto y último episodio, en esta ocasión protagonizado por una mujer.

Las tres películas estrenadas hasta el momento tienen muchos elementos en común. Es más: podría decirse, sin miedo alguno a equivocarse, que son, en realidad, variaciones de una misma película. Todas ellas sitúan en su centro a un personaje masculino herido, abrumado por la culpa y necesitado de redención; un tipo incapaz de escapar de una terrible decisión que tomó en el pasado y que permanece en su alma como una negra mancha indeleble (decisión que, en los tres relatos, tiene como telón de fondo la violenta historia reciente de los Estados Unidos).

En el primer filme, un antiguo capellán del ejército reconvertido en pastor evangélico (Ethan Hawke) se autoflagela por haber perdido a su hijo en Irak. La segunda entrega la protagoniza un ex militar reconvertido en jugador profesional de póker (Oscar Isaac) perseguido por sus recuerdos como torturador en Guantánamo. Esta tercera y, a priori, penúltima parte, tiene como protagonista a un antiguo neonazi, ahora horticultor (Joel Edgerton), que trata de sobrellevar su arrepentimiento haciéndose cargo del hermoso jardín de una finca histórica.

El maestro jardinero es una película correcta que, una vez más, sirve a Schrader para poner de relieve su existencialista visión del hombre, entendido siempre como ser individual (es más: hubiese sido una buena guinda del pastel si consideramos que, dada su conclusión, es la más optimista de las tres). Sin embargo, pese a sus múltiples virtudes de puesta en escena (el ascetismo y la depuración formal bressonianas de las que Schrader viene haciendo gala desde El reverendo siguen presentes aquí), termina pecando por ser “más de lo mismo, pero peor”.

Su principal problema tiene que ver con la escritura: a sus diálogos, sobrexplicativos en más de una ocasión, y a lo apresurado y forzado de algunos acontecimientos, se une un perezoso uso del flashback (recurso de por sí poco interesante, por lo sencillo que resulta, tantas y tantas veces, meterlo a calzador) para acercarse al terrible pasado del personaje; un horror que, quizá, hubiese cobrado más fuerza de haber obligado al espectador a tener que imaginarlo.

Lo mejor: La puesta en escena de Schrader. La interpretación de Edgerton. La banda sonora de Devonté Hynes.

Lo peor: En comparación con sus dos predecesoras, sabe a poco.

El maestro jardinero

© REPRODUCCIÓN RESERVADA