★★★½/★★★★★
Por Marta Zoe Poretti
Entre las novedades que han llegado a las salas de cine este mes se encuentra una película de animación que conquistará el corazón de grandes y pequeños: Robot salvaje, adaptación a la gran pantalla del bestseller de Peter Brown. Esta magnífica novela ilustrada, en las hábiles manos del guionista y director Chris Sanders, se ha convertido no sólo en una obra visualmente espléndida, sino en un auténtico cuento de hadas moderno, con una moraleja universal, capaz de llegar al corazón de los bípedos de todas las edades. Así es, porque en la parábola aventurera de esta bizarra familia ampliada, compuesta por un robot, un zorro y un ganso, subyace un mensaje profundamente humano, además de fuertemente contemporáneo, evidentemente dirigido a un presente marcado por la alteración del clima y la desintegración social.
La nueva joyita de animación de Dreamworks comienza con un naufragio. Un carguero de Universal Dynamics pierde seis de sus robots durante un tifón. El único superviviente es ROZZOM 7134, que se encuentra en una isla salvaje poblada sólo por animales. A pesar de que está preparada para servir a los humanos y realizar todas las tareas que se le exijan, la fauna de la isla no parece interesada en sus servicios; al contrario, la ven como un auténtico monstruo. Tras destruir sin querer el nido de una familia de gansos, se da cuenta de que tiene que ocuparse del único y diminuto huevo que queda, y luego del polluelo que nace de él. Aunque por fin ha encontrado su nueva misión, en realidad no tiene ni idea de cómo llevarla a cabo. Así que un astuto zorro llamado Fink se pone inmediatamente en marcha para ayudarla, con el objetivo evidente de devorar al pequeño. Pero es aquí donde, en lugar del depredador, el robot apodado Roz y el pequeño ganso, que tomará el nombre de Beccolustro, aprenden a convertirse en una verdadera familia. Y mientras el bebé tiene que aprender a volar a tiempo para la migración estacional, todos los habitantes de la isla acabarán aprendiendo algo.
La idea más elevada e inteligente de la solidaridad es quizá la que mejor resume el sentido de la parábola trazada por Chris Sanders, antiguo guionista de obras maestras de Disney como La Bella y la Bestia (1991), Aladín (1992), El Rey León (1994) y Mulán (1998), que también se convirtió en director en 2002 con la sensacional Lilo & Stitch. Sanders realizó para Dreamworks la primera película de animación de la franquicia Cómo entrenar a tu dragón en 2010, pero es ahora, con El robot salvaje, cuando por fin parece volver a las cumbres creativas del pasado.
La solidaridad y la cooperación que prevalecen sobre la ley de la naturaleza, la ley del más fuerte, demostrando ser la única clave real para la supervivencia, son el sustrato profundo de un cuento de hadas que reserva gags hilarantes alternados con momentos de verdadera y profunda emoción. Un equilibrio casi perfecto, donde la moraleja nunca es moralista y el mensaje no resulta en absoluto forzado. Sin escenas madre, clímax ni esos monólogos que suelen caracterizar a los éxitos de la animación contemporánea, la película alcanza así un nivel mucho más profundo, sin dejar nunca de entretener.
Superar la diversidad, la desconfianza, los prejuicios basados en lo que incuestionablemente creemos que son nuestras diferentes naturalezas, nos llevará en cambio a hacer cosas que nunca creímos posibles. Este parece ser el mensaje de una película con múltiples niveles de interpretación, realmente capaz de dirigirse universalmente a las personas más diversas. Conseguir hacer reír, llorar y pensar ha sido siempre la misión de casi todo el cine de entretenimiento, pero lo cierto es que pocos, muy pocos consiguen este objetivo. El objetivo, sin embargo, lo consigue plenamente esta película, gracias también de la tradicional investigación de Dreamworks en el lenguaje visual, fruto de la combinación de técnicas de animación tradicional con gráficos por ordenador.
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