A sus 91 años, el director griego francés filosofa sobre el final de la vida en su último filme.
Por Irene Crespo
“Parece que la palabra ‘didáctico’ está mal visto últimamente, pero no debería ser así”, explicaba Costa-Gavras en su encuentro con la prensa en el Festival de San Sebastián tras el estreno de su último filme, El último suspiro. El nonagenario director demostró una cabeza y fortaleza envidiables para hablar ampliamente de esta adaptación que ha hecho del libro escrito por el filósofo y novelista Régis Debray y el médico de cuidados paliativos Claude Grange.
Fue precisamente este libro lo que le empujó a dirigir de nuevo cinco años después de su último largo, Comportarse como adultos. Y fue esa intención didáctica que encontró en las páginas del ensayo lo que le llevaron a firmar una película en la que no esconde su intención de enseñar, de intentar abrir los ojos sobre un final de la vida más consciente y digno. Sin miedos.
Kad Merad (El triunfo) interpreta al médico y Denis Podalydès (El barco del amor) es el filósofo, escritor y ensayista. Los dos se conocen en un chequeo médico del segundo, le han encontrado una pequeña mancha entre los pulmones, por la que, de momento, no se preocupan, pero que tiene que seguir controlando para que no se active. Esa espada de Damocles le hace plantearse seriamente qué significa la muerte y Merad le invitará a acompañarle en su unidad de cuidados paliativos en la que acompañan a cada paciente en un digno final de la vida, siempre aceptando sus condiciones e intentando ayudarles a cumplir sus deseos.
Costa-Gavras se planta frente a la declaración del provocador Michel Houellebecq cuando dice que interrumpir el sufrimiento es un crimen social. No hacerlo es el verdadero crimen, dice el cineasta griego-francés que se posiciona claramente a favor de una ley de eutanasia no aprobada aún en Francia, por ejemplo, ni tampoco en otros muchos países. Aunque su filme no quiere centrarse en eso, sino en el significado que le damos a la muerte, bloqueado en muchos casos por las religiones o nuestra educación occidental, inmunizada frente a las muertes de cientos y miles en guerras, pero incapaz de afrontar la muerte propia o una muy cercana.
La película es una conversación entre estos dos profesionales, el médico le relata historias de pacientes del pasado y le lleva a conocer a algunos con los que el escritor ve en primera persona las distintas formas de enfrentar la certeza de una muerte cercana. A pesar de sus buenas intenciones, de estar llena de interesantes reflexiones, preguntas y exigencias, El último suspiro es una sucesión de forzadas historias encadenadas para resolver la intención filosófica y política del director reclamando una muerte digna, sin prejuicios y legal para todo aquel que quiera dejar de sufrir.
El último suspiro es uno más de varios títulos que este año tratan sobre este tema. Desde La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar; a la próxima Polvo serán, de Carlos Marques-Marcet, con la que, curiosamente, el filme de Costa-Gavras comparte actriz, la española Ángela Molina, en un rol, además, con las mismas intenciones. Ante eso, el director de Desaparecido o La caja de música, cree que la muerte es el gran tema del siglo XXI, así como el amor fue el del siglo anterior. La destrucción general de la que somos testigos nos hace a abrir uno de los últimos tabúes, la conversación sobre el final de la vida. Muchas y buenas intenciones y reflexiones del cineasta que no quedan bien recogidas en su último filme.
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