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Tras el fallecimiento de su padre, el cineasta Pello Gutiérrez se propone revisitar las imágenes que éste filmó en vida. Guarecido en la habitación en la que su progenitor montaba sus películas, Pello encuentra, entre los muchos rollos de material fotoquímico que su padre conservaba, uno cuya existencia desconocía hasta el momento. Lleva por título Ziguñagako Ama. Filmada en el año 78, esta pequeña película en Super 8 aspiraba a registrar la bendición de la trainera del club de remo de Hernani, el pueblo de la familia. Sin embargo, tal objetivo se vio frustrado: dos guardias civiles, sintiéndose violentados por la cámara del padre de Pello, le confiscaron la película, material que acabaría por perderse para siempre. A partir de estos registros domésticos faltantes, el cineasta comienza a interesarse por las imágenes ausentes en un plano que acaba por trascender lo familiar y escalar hasta el lugar de la memoria colectiva. “¿La ausencia de una imagen puede ser tan fuerte como su presencia?”, se interroga el cineasta. “Y, en ese caso, ¿qué hacemos con ese vacío?”. Sus indagaciones (que vuelca en la pantalla utilizando recursos del documental que van desde la imagen de archivo analógica hasta el Street View de Google Maps, pasando por lecturas dramáticas en un estudio de sonido) terminan por llevarle hasta un acontecimiento clave en la historia de Hernani: el robo, en el año 1979, de la Vírgen de Zikuñaga, una de las siete vírgenes negras de Gipuzkoa, talla gótica del siglo XIII que, una noche, desaparecería de la ermita para no regresar jamás. La memoria sustraída (en lo personal, lo familiar, lo comunitario) se convierte así en la protagonista de un ensayo cinematográfico vertebrado en torno a una pregunta fundamental: ¿Acaso puede pervivir el recuerdo cuando las imágenes nos han sido arrebatadas?
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