Crítica ‘Escape’

En 'Escape', el director Rodrigo Cortés ('Buried') adapta libremente la novela homónima de Enrique Rubio, editada en España por La Esfera de los Libros

★★★½/★★★★★

En Escape, Rodrigo Cortés (Buried, Luces rojas) adapta libremente la novela homónima de Enrique Rubio, editada en España por La Esfera de los Libros, a la que en su momento, apabullado tras la lectura, se refirió como El conde de Montecristo al revés, Papillón al revés, La fuga de Alcatraz al revés”. 

Y es que el protagonista del relato de Rubio (magníficamente interpretado por Mario Casas en su traslación a la pantalla), un hombre llamado N que ha perdido a su esposa embarazada tras un accidente de tráfico del que no puede dejar de culparse, lo único que desea es vivir el resto de sus días atado de pies y manos. Es decir: borrar su nombre del registro civil, convertirse en un mero número, dejar de tener la opción siquiera de tomar decisiones. Ser sometido, en fin, y abandonar por completo la posibilidad del libre albedrío. ¿Su objetivo para lograrlo? Conseguir que lo metan en prisión para no salir de ella nunca más.

Al llevar a imágenes este thriller carcelario “al revés”, como tan bien lo definió el propio cineasta, Cortés demuestra una vez más, además de su amor por el riesgo, ser un director sumamente puntilloso, siempre preocupado por cada uno de los detalles que atañen al ejercicio de la puesta en escena: en su nueva película (producida nada más y nada menos que por Martin Scorsese), que ya desde los primeros compases demuestra estar “dibujada” al milímetro, cada plano, cada corte, cada transición importa (y significa)

A nivel de género, todo cabe en ella, tan inclasificable como pocas propuestas del cine patrio reciente: tanto hay aquí de trepidante y eléctrico thriller como de inspiradísima comedia disparatada, absurda de puro esperpéntica, laberíntica y burocrática en el sentido kafkiano, apoyada en un guion repleto de ironía y surrealismo que desborda a cada paso nuestro horizonte de expectativas por absolutamente imprevisible, liberado de todo corsé y atadura (y que conecta, en muchos aspectos, con el primer largo de su director: Concursante). 

Quizá el único “problema” del conjunto resida en el tono: de tan hiperbólico y transgénero, al film, que alcanza las dos horas y cuarto de duración (desinflándose ligeramente en la última media), da la impresión final de faltarle un poco más de corazón, otorgándole su gusto por el exceso una cierta gelidez a un relato sobre lo ilimitado del dolor con el que no siempre resulta fácil conectar emocionalmente. Con todo, ojalá muchas más propuestas así de libres, descerebradas e inclasificables en el cine español del futuro.

© REPRODUCCIÓN RESERVADA