★★★
“Enamoramiento” y “amor” no son la misma cosa. En El arte de amar (1956), el psicoanalista alemán Erich Fromm establecía una clara diferencia entre ambos conceptos: el enamoramiento, siempre pasajero, tiene que ver con la atracción y se da en una fase temprana que, inevitablemente, acaba tocando a su fin; es, además, un sentimiento que tiene que ver con el “yo”, esto es, con el ego: en ese “otro” a quien todavía apenas conocemos proyectamos aquello que nos hace falta. El amor, sin embargo, tiene que ver con “dar” y no con “tomar”: se basa en el respeto, la confianza, la disciplina. Y, claro está, puede durar para siempre. De esta radical distinción parte Esmorza amb mi (Desayuna conmigo), debut en el largometraje del guionista y dramaturgo Iván Morales. La película, que supone una adaptación al cine de su propia obra teatral, hace uso de la estructura narrativa tipo puzzle para seguir las tristes andanzas de cuatro personajes aquejados por la ansiedad y la depresión que viven atrapados en la vorágine de Babilonia (como ellos mismos se refieren a la ciudad de Barcelona). Con una escritura elíptica y una puesta en escena intimista en la que predominan siempre los rostros de los personajes (fantásticos cuatro intérpretes), Morales nos recuerda nuestra condición de eternos niños heridos en busca constante de un “otro” que sea capaz de colmar nuestras necesidades insatisfechas. Tras los golpes recibidos, cuando los afectos se rompen, a veces parecemos perder la oportunidad de amar. Esmorza amb mi nos invita a mirar el desamor desde un lugar distinto: las cicatrices del alma también pueden ser de ayuda para aprender a quererse mejor a uno mismo. Y, sobre todo, para no cerrar antes de tiempo, por miedo, la puerta a nuevos amores.
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