★★★
Aunque muy bien interpretada y elegantemente rodada, hay en Fin de fiesta un problema de decalaje entre un planteamiento interesante y un desarrollo que no lo es tanto. La ópera prima de Elena Manrique relata la historia de un emigrante africano que, tras llegar a España en patera, se esconde en el cobertizo de una casa señorial andaluza. Una vez descubierto por la dueña de la finca, ambos comienzan a desarrollar una extraña relación de poder que terminará llevándolos a oscuros terrenos que es mejor no desvelar aquí. En su primera mitad se halla lo mejor de Fin de fiesta: en ella se dan cita una planificación visual sobria y concisa, una narración secuencial bien ejecutada y un plausible manejo del punto de vista. Desde su arranque, y a medida que el relato avanza, la sátira va social tomando forma, y la mordacidad alcanza sus puntos más álgidos gracias, especialmente, al trabajo actoral de Sonia Barba, que hace maravillas en su papel de “pija de izquierdas” (personaje estereotipado, sí, pero más que factible en un relato de hechuras esperpénticas como lo es este). Sin embargo, a mitad del relato la cosa comienza a perder fuelle, especialmente cuando los personajes verbalizan el discurso de su directora, tornándolo demasiado evidente. Llegado el clímax (la escena de ese “fin de fiesta” al que hace referencia el título), la película remonta el vuelo momentáneamente para decaer de nuevo en un último tramo algo descafeinado al que, quizá, le habría venido bien una mayor dosis de gamberrismo. Con todo, estamos ante un más que digno debut de una cineasta que apunta maneras.
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