★★½/★★★★★
Ambientada en la posguerra española, Hermana Muerte narra la historia de la joven Narcisa (excelente Aria Bedmar), una novicia con poderes sobrenaturales (de niña protagonizó un episodio similar al de la Virgen de Fátima) que se traslada a un antiguo convento reconvertido en colegio para niñas para ejercer como profesora y tomar los hábitos. Atormentada por las dudas, Narcisa recibirá allí la visita de una extraña presencia que parece querer decirle algo.
Si una cosa queda patente en esta suerte de híbrido de nunsploitation y terror costumbrista español es que su director, Paco Plaza (REC, Quien a hierro mata), continúa dando pasos agigantados hacia una plausible madurez expresiva caracterizada por el laconismo narrativo y la depuración formal. Así lo deja ver el conciso (y exquisito) entramado visual de su nueva película: hierática y de composiciones simétricas, a Hermana Muerte no le sobra ni falta un plano. Una apuesta por la austeridad y el terror a plena luz que, además, se adecúa a la perfección al solemne e inquietante contexto -ese monasterio maldito cuyas paredes reclaman venganza- en el que se desarrolla el relato.
Partiendo de este ascetismo y haciendo uso de los códigos del fantástico, Plaza busca en Hermana Muerte articular un discurso sobre el silencio de la Iglesia ante los abusos cometidos durante la Guerra Civil (una cuestión más que vigente en la España de hoy: basta pensar en el reciente aluvión de denuncias de abuso sexual infantil en el ámbito religioso). Por desgracia (y a diferencia de lo que sucedía con la anterior película de Plaza, La abuela, guionizada por Carlos Vermut, maestro de la economía narrativa), forma y fondo no terminan de dialogar en esta precuela de Verónica (2017), existiendo un chirriante decalaje entre un cómo indudablemente complejo y un qué más tramposo y simplón de lo esperado.
Y es que la exquisita pulcritud de la puesta en imágenes entra en conflicto con un guion que, aunque elegante y sugerente en muchos pasajes (la problemática de la fe y la duda cristiana aparece inteligentemente reflejada en algunas metáforas visuales sobre la mirada), peca en exceso de academicismo en su estructura y cae más de una vez en subrayados explicativos y lugares comunes que acaban dejando muy poco espacio al espectador.
Lo mejor: La propuesta estética de Plaza.
Lo peor: Lo encorsetado de su guion.
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