★½/★★★★★
Aunque en la franquicia Insidious hay ya muy poco que rascar (la saga viene siendo un absoluto desastre desde su segunda entrega, estrenada en 2013), lo cierto es que esta quinta parte, que acaba de llegar a las salas, es la menos mala de todas las secuelas. Insidious: La puerta roja retoma la historia de la familia Lambert, a la que habíamos visto en pantalla por última vez en el Capítulo 2 (las abominables tercera y cuarta entregas eran precuelas que solamente buscaban estirar el chicle).
Diez años después de lo acontecido entonces, Josh y su hijo Dalton (interpretados respectivamente por Patrick Wilson, que hace aquí, además, su debut como director, y Ty Simpkins) tienen una pésima relación. El chico, convertido ya en universitario, no soporta a su padre, que en los últimos años se ha mostrado muy distante tras romper con su esposa y abandonar la casa familiar. Sin embargo, el mal regresa y ambos deberán viajar de nuevo al «Más Allá» para, codo con codo, enfrentar el oscuro pasado que decidieron borrar de sus memorias.
A Insidious 5 se le agradece que, al menos durante su primera media hora, retome el tema central del filme de 2010 (la única película interesante, que no buena, de la franquicia): el vértigo, la inseguridad, el terrible miedo a afrontar las responsabilidades que exige la paternidad. También que el estilo, aunque televisivo y sin inventiva ni hallazgos de ningún tipo, sea menos tosco que el de las dos primeras entregas (quien escribe no comparte el entusiasmo de muchos por James Wan, cineasta que, pese a haber demostrado virtudes en la construcción de atmósferas, posee una caligrafía visual perezosa y torpe).
Pese a los dos aspectos positivos señalados, una vez que, presentado el asunto, la película entra en materia, pronto se vuelve reiterativa y termina cediendo (para sorpresa de nadie) a los trucos fáciles y los sustos de manual. Y la sala oscura rezuma de bostezos (y de algún que otro ronquido).
Lo mejor: Es superior a los capítulos 2, 3 y 4 (lo cual tampoco es decir mucho).
Lo peor: La pobre mitología de la franquicia. Que sea cine de género «genérico», sin alma.
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