Crítica: ‘John Wick 4’

★★★★/★★★★★

Parecía difícil que John Wick volviese a superarse. Pero lo ha hecho. Veámoslo en retrospectiva. La primera entrega de la saga, John Wick: Otro día para matar, estrenada en 2014 y dirigida por Chad Stahelski y David Leitch, no pasaba de ser un excelente entretenimiento: una historia de venganza inteligentemente construida y llevada a imágenes con un admirable criterio estético. La cosa mejoraría mucho en 2017, con el estreno de John Wick 2: Pacto de sangre. La secuela, esta vez dirigida por Stahelski en solitario (al igual que las dos futuras entregas), llegaba para colarse directamente en la liga de las grandes segundas partes: lejos de limitarse a repetir una fórmula de éxito, optaba por expandir la mitología del personaje, dando forma a un apasionante submundo criminal que no dejaría de crecer en la tercera entrega, John Wick 3: Parabellum (2019). 

Pero no era la progresiva complejización de su entramado narrativo (que, a cada paso, como quien retira una a una las capas de una cebolla, iba descubriendo al espectador nuevos vericuetos y personajes que ampliaban deliciosamente el universo de la original) el único gran acierto de la segunda y tercera partes. Y es que las ideas visuales de Stahelski también resultaban ser cada vez más asombrosas: a las impresionantes coreografías (mucho más cercanas a un espectáculo del Cirque Du Soleil que a una serie B de Steven Seagal) se unía el buen gusto del director a la hora de filmarlas. Así, huyendo de la fragmentación visual tan común en el cine de acción a la hora de crear la falsa ilusión de los golpes, Stalheski (antiguo doble de acción, lo que no parece baladí) economizaba al máximo el número de planos y de cortes para que fuese en los cuerpos, y no en el montaje, donde tuvieran lugar los combates.

En marzo de 2023, cuando la perfección ya parecía alcanzada, llega a las salas John Wick 4, la, en principio, última entrega de la franquicia. Una desatada fantasía pop que continúa el in crescendo de sus predecesoras al enfrentar sin miedo alguno (y salir airosa de ello) las posibles consecuencias de llevar al límite su propio imaginario, cabalgando entre el lenguaje del spaghetti western, los códigos del cine de samuráis y la gramática audiovisual de los videojuegos.

El resultado es un filme de casi tres horas en el que todo es excesivo, desmesurado, hiperbólico. Pero en el mejor de los sentidos: queda muy lejos de ser hiperbólico, desmesurado o excesivo decir que, muy probablemente, estemos ante una de las más grandes películas de acción que se hayan hecho. Ver para creer.

Lo mejor: Su concepción de la fantasía. Las escenas en el Arco del Triunfo y en las escaleras de Montmartre.

Lo peor: Su tendencia al exceso podría agotar a algunos.

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