★★★/★★★★★
Por Cristiano Bolla
De Venecia a Venecia. Tras encandilar al jurado del Festival de Venecia 2019 (entonces encabezado por la directora argentina Lucrecia Martel, ahora por la francesa Isabelle Huppert), Todd Phillips y Joaquin Phoenix regresaron al Lido para presentar Joker: Folie à deux, una secuela un tanto inesperada de la ganadora del León de Oro hace cinco años. Sin tapujos, era tan deseada como temida por los fans, divididos entre los que querían ver más de Arthur Fleck y los que consideraban que no era necesario continuar su historia.
El director del «cinecomic» dudó durante mucho tiempo, antes de elegir el más sorprendente de los trucos para justificar el regreso del personaje. Joker: Folie à deux es narrativamente la secuela directa de aquella película, encontramos a Arthur/Joker encerrado en el Hospital Arkham tras su arresto, a la espera de juicio por sus crímenes. Sus hazañas han inspirado actos de violencia y es idolatrado no sólo fuera de los muros del hospital psiquiátrico/prisión, sino también dentro: su encuentro con la paciente Harleen «Lee» Quinzel (Lady Gaga) lo pone todo patas arriba y le hace cuestionarse aún más su verdadera identidad. ¿Es Arthur Fleck o el Joker quien cometió aquella sangrienta serie de asesinatos?
Esta duda da a Todd Phillips la oportunidad de explorar más el personaje y su universo, una vez más solo anodinamente encasillado en el imaginario de Batman de DC Comics. Como se ha dicho en repetidas ocasiones, este Joker no es ni será nunca el payaso del crimen de Gotham visto en las películas y cómics del Caballero Oscuro, y esta fue una de las críticas que recibió el primer capítulo de 2019. En Folie à deux se reflexiona sobre la naturaleza dualista del protagonista, buscando en cierto modo una reconciliación entre ambas partes. Si al final de Joker es el alter ego criminal quien se eleva por encima de la multitud, en la secuela encontramos inicialmente a Arthur Fleck al mando y esta alternancia ofrece la clave más interesante de la película, que se llevará hasta el final. Una operación -el cuestionamiento del statu quo final del Joker- que en cierto modo puede recordar a lo que M. Night Shyamalan hizo, por ejemplo, entre Unbreakable/Split y Glass.
Joker: Folie à deux es, en definitiva, una película consciente del impacto que ha tenido en el mundo, que reflexiona tanto sobre su propio éxito y polémica que incluye en su narrativa una adaptación cinematográfica de los crímenes de Arthur Fleck, un elemento que da al protagonista la oportunidad de interesarse personalmente por su propia reputación y al director la oportunidad de asentar una gruesa capa metacinematográfica que se encuentra entre los aspectos más logrados, junto a la novedad del género musical.
Un musical, en efecto. En esta secuela, hay canto y baile, sí, pero todo está perfectamente enmarcado en la historia: Arthur conoce a Lee durante una sesión de musicoterapia y es aquí donde aprende que a través de la música puede recomponerse, dar voz a sus traumas e intentar superarlos, es decir, recurriendo a una nueva forma de lenguaje para expresarse. El tempo lo dicta el deseo de Arthur de recuperar el orden en su cabeza y los sentimientos en su corazón, cantando realmente o imaginando secuencias de colores en su mente – una especie de La vida secreta de Walter Mitty, pero en clave musical. Menos impactante, sorprendentemente, es en cambio el personaje de Lady Gaga, aquí mucho más comedido tanto en la actuación como en el canto (por necesidad precisa del personaje), pero también accesorio a la trama y a la idea principal de una locura en dos, un trastorno psicótico por el que se comparte una convicción delirante con otras personas.
Éstas son las ideas, pero mejor que su realización. Tremendamente cargada de expectativas, Joker: Folie à deux queda un tanto eclipsada por su predecesora, y en este sentido no parece casual que la divertida peterpanesca ofrezca así un nuevo plan metacinemático. Es una continuación de la misma historia, es el mismo personaje, incluso la misma alfombra musical, pero lo que faltaba era el proverbial «golpe en el estómago» sentido en el final del primer Joker. Aquí, en cambio, se avanza decididamente hacia una conclusión anticlimática que también es acertada para la lógica narrativa y el desarrollo de los personajes, pero también potencialmente menos impactante en términos de emotividad y dinamismo.
A pesar de que el resultado no parece recompensar del todo la idea, Todd Phillips merece crédito por haber sorprendido bastante yendo en dirección contraria a lo que hizo con Joker, una película mucho más pop y derivativa que bebía mucho de la imaginería Scorsese de Rey por una noche y Taxi Driver, en ese Nueva York triste y sucio que es quizá el gran ausente de la secuela. Cabía esperar más referencias a otros musicales como, y quizá muy levemente algunos paralelismos narrativos estén ahí, pero Folie à deux tiene más el aire de ser una película verdaderamente de autor que ha intentado caminar -¡no, incluso bailar! – sin necesidad de más comparaciones incómodas. Chapeau, pues, a la valentía y a una película que, imperfectamente, ha hecho todo lo posible por no darse por aludida.
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