Crítica ‘La chica de la aguja’: Estetizar el dolor

Crítica de la película danesa 'La chica de la aguja', que llega hoy, viernes 21 de marzo, a las salas de cine españolas.

★★½

No es difícil encontrarle virtudes a La chica de la aguja, el nuevo largo del cineasta sueco Magnus von Horn (Después de esto, 2015; Sweat, 2020). Esta es, ya desde sus primeros compases, una película que entra por los ojos gracias a su portentoso diseño visual, un expresionista trabajo con el blanco y negro y las luces y sombras obra del director de fotografía polaco Michal Dymek. La chica de la aguja es, también, una película escrita con inteligencia, muy bien interpretada y sumamente minuciosa en su sintaxis, en la que su director hace confluir con relativa pericia ecos del cine de Dreyer y Browning. La cosa es que, al menos en opinión de quien escribe, la película no pasa de ahí: más allá de su deslumbrante envoltorio, digno de todos los premios técnicos que se quiera, el relato está vaciado de discurso, y, en sus maneras tremendistas (atención al uso de la música), parece querer limitarse a epatar al espectador concatenando sin descanso las desgracias que le sobrevienen a su personaje principal, Karoline, una joven embarazada y desempleada que lucha por sobrevivir en la Copenhague posterior a la Primera Guerra Mundial. Pese a que en su último tramo se cuela un leve halo de luz que invita a la esperanza, no cabe duda de que la película (que, por momentos, torna incluso grotesco el dolor de sus personajes a través de su abigarrada puesta en imágenes) se inscribe en la tradición del “cine de la crueldad”, tan dado al exhibicionismo y la espectacularización del sufrimiento.

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