★★★/★★★★★
El primer largometraje como director de Antón Álvarez (C Tangana) dice muchas cosas buenas de su mirada como artista. La principal de todas tiene que ver con su postura ética: entre las junturas de este, su primer documental, se desprende un profundo respeto por la historia narrada; el relato de la vida de Yerai Cortés, un joven guitarrista flamenco que guarda en su alma una pena. Además, Álvarez, que siempre ha jugado el rol de chulo madrileño en su carrera musical, y aun sin quitarse del todo de en medio (su imagen y su voz forman parte de la película; es él quien en todo momento guía el relato), se revela aquí como un cineasta honesto, acercándose a su protagonista (y al medio cinematográfico) con la humildad y la modestia propias de quien se sabe debutante. Y es que el director permite que en todo momento queden de manifiesto en la pantalla la inseguridad y la inexperiencia propias de un artista que transita ahora nuevos territorios (el lenguaje del cine) y que, hasta el momento, había hecho carrera en la música jugando a performar el poder y la ostentación (algo que, por otro lado, también desbarató en el documental Esa ambición desmedida, que ponía en imágenes inteligentemente la desmitificación de su alterego, C Tangana, dejando ver los estragos que puede causar la construcción de un ídolo). Álvarez hibrida en La guitarra flamenca de Yerai Cortés, siempre con sensibilidad y criterio estético, el lenguaje del cine documental con los códigos propios del videoclip, trasteando con el soporte fotoquímico y explorando las posibilidades de la narración secuencial en la sala de montaje. Y todo ello propulsado por ese incesante estímulo suyo por investigar, deconstruir, fusionar, navegar nuevos mares. Y arriesgarse. La evolución de su carrera musical, de Crema a El Madrileño, lo hizo patente; esta película termina de corroborarlo. Deseosos estamos de ver su siguiente paso.
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