★★★½
Con apenas veinte años, Aymeric se reencuentra con Florence, una antigua compañera de trabajo. Ella, embarazada de seis meses, está soltera. Cuando da a luz, Aymeric es quien la acompaña en su proceso, ejerciendo de padre con Jim, el bebé, durante sus primeros años de vida. Sin embargo, tiempo después, Christophe, el padre biológico del chico, reaparece, y Aymeric deberá alejarse del niño contra su voluntad. Filmada con la transparencia y la honestidad que un relato de estos mimbres requería, la nueva película de los franceses Arnaud y Jean Marie Larrieu es un film cálido en sus formas y agridulce en su fondo que sitúa en su centro a un personaje profundamente generoso que, ajeno a toda maldad, debe hacer frente a una situación profundamente injusta. “Tú eres mi verdadero padre”, le dice Jim, su hijo, con apenas ocho años, cuando se ve obligado a dejar Francia y trasladarse a Canadá, alejándose de la persona que le vio crecer. Que la película termine por resultar tan conmovedora tiene que ver con el cariño y respeto que los hermanos Larrieu, sus directores, demuestran en todo momento (y sin caer en sentimentalismos baratos) por su personaje protagonista (interpretado por un soberbio Karim Leklou), un hombre bueno hasta la médula que ha logrado sortear todos los males del alma de la época hipercapitalista en la que vive (encadena trabajos sencillos en supermercados y tiendas, vive al día, escucha a quienes le rodean, cuida de los suyos, disfruta dando amor), y que, pese a ello (o, quizá, precisamente por ello) sufre, sufre, sufre. Pero termina por encontrar la esperanza.
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